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El lado oscuro

En la entrada anterior desmontábamos los mitos que rodean a las pantallas. En el post de hoy -dejando al margen la utilidad de la tecnología como herramienta de trabajo, investigación, estudio, comunicación, etc.- me centraré en el mal uso de estos dispositivos y en lo que podríamos llamar el «lado oscuro» del universo online.

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¿Cuál es la finalidad de las pantallas

Dicho sin tapujos: la finalidad básica de las pantallas es generar el mayor número adictos. Los anunciantes (y utilizo el término «anunciante» en el sentido más amplio, ya sean empresas que venden productos o servicios, organizaciones políticas, grupos religiosos, organizaciones activistas, grupos de defensa, creadores de opinión, influencers, etc.) necesitan captar la atención de los consumidores para ampliar su base de usuarios y el tiempo de exposición de su contenido. Podemos alegar que «captar nuestra atención» siempre ha sido el cometido de la publicidad y que esta siempre ha estado entre nosotros, ya sea a través de la radio, la televisión, la prensa escrita o las grandes vallas publicitarias que hasta hace poco poblaban nuestras ciudades. La cuestión es que hoy estamos expuestos a ese tipo de estímulos que acaparan nuestra atención las veinticuatro horas del día, siete días de la semana. Es más, los portamos en nuestro bolsillo en todo momento. Nuestros dispositivos móviles y, en particular, el teléfono, se han convertido en un artículo de primera necesidad. Pocos de nosotros seríamos capaces de salir de casa sin verificar primero que llevamos el teléfono encima. Pero además, el medio online, ayudado por la inteligencia artificial, ha alcanzado niveles de sofisticación, en lo que a conocimiento de la conducta humana se refiere, sin precedentes hasta la fecha. ¿Pero cómo lo hace?

  1. Definiendo audiencias objetivo: a través de lo que se conoce como «minería de datos», las empresas recopilan información sobre los gustos, preferencias e intereses de cada uno de nosotros (también sobre lo que nos desagrada), por lo que centran sus contenidos (ya se trate de publicidad, de un videojuego, de una recomendación sobre estilo de vida, de un vídeo de TikTok o de un mensaje político) en audiencias más predispuestas a acogerlos.
  2. Personalizando el mensaje: los mensajes online se adaptan en función de los hábitos «online» de los usuarios y de sus preferencias de navegación por la red. La utilización de cookies y otras tecnologías de seguimiento mantiene un registro de nuestras búsquedas e interacciones con las redes sociales. Esto supone un sesgo importante de contenidos, que puede llevar a confirmar las opiniones preexistentes del usuario, eliminando otros puntos de vista y, por consiguiente, su sentido crítico.
  3. Haciendo uso de la interactividad: los elementos interactivos como vídeo, juegos, chats o encuestas hace que cualquier contenido sea más atractivo y convincente, al igual que otros elementos como las luces o los sonidos, que reclaman nuestra atención continuamente.
  4. Por su inmediatez: podemos obtener todo lo que deseamos con un simple clic, en cualquier momento y lugar. El hecho de no tener que desplazarnos ni mantener contacto con otro ser humano hace que seamos menos conscientes de lo que compramos, de lo que gastamos o de si se trata de un deseo pasajero (compra compulsiva).
  5. Por su capacidad de crear nuevas necesidades: hablamos del «¿cómo es posible que no me haya dado cuenta hasta ahora de lo mucho que necesitaba eso?». Los vídeos de unboxing, por ejemplo, donde niños (o adultos) desembalan un juguete haciendo partícipes a los jóvenes usuarios de la emocionante sensación de descubrimiento, son tremendamente atractivos para los niños en quienes generan expectativas irrealistas y un fuerte deseo (publicidad encubierta) de hacerse con ese artículo de inmediato.
  6. Y, sobre todo, por su impacto sobre las necesidades básicas: el ser humano necesita sentirse querido y escuchado. Esto es lo que nos ofrecen las redes sociales al trasladar la sensación de conectividad y pertenencia a una comunidad. Los mensajes, las noticias, los likes y los avisos sonoros o luminosos constantes nos mantienen en un estado de alerta continuo, que nos lleva a consultar el móvil con frecuencia.

Un reciente estudio realizado entre milenials evidencia el elevado índice de trastornos por depresión y sensación de soledad y tristeza que presentan estos chavales tan metidos en redes sociales, tan conectados y tan al tanto de la vida de los demás, lo que no deja de ser paradójico. Nuestro cerebro no está diseñado para relacionarnos de esta manera y permanecer en continuo estado de alerta. Pensemos en el uso que nosotros -los adultos- hacemos del móvil, donde todo son alarmas, recordatorios, avisos y noticias que nos nos interesan, pero que vemos por el simple hecho de recibirlas.

¿Qué hacemos ante este escenario?

Vivimos en un mundo tecnológico. Nuestra vida como padres-trabajadores y madres-trabajadoras es complicada y escasa en tiempo. Permitir que nuestros hijos «se enchufen» al móvil o la televisión es la forma de poder tener un rato para nosotros. Pero debemos tener en cuenta los riesgos antes descritos para buscar un equilibrio en el uso de pantallas.

Las asociaciones de pediatría -aplicando un criterio sanitario, no educativo- recomiendan limitar el tiempo de consumo de pantalla según lo siguiente:

Niños menores de 2 años Número de horas: 0 horas debido a su efecto devastador sobre el desarrollo del bebé.
Niños menores de 6 años Número de horas: máximo una hora diaria (y preferiblemente si lo reducimos a 30 minutos), con control de contenido. Los estudios realizados hasta el momento indican que una exposición a las pantallas de 30 minutos no tiene efectos negativos (tampoco positivos) sobre el desarrollo del niño.
Niños mayores de 6 años Número de horas: no más de dos horas diarias, con selección de contenido. Los estudios revelan que muchos chavales llegan a consumir hasta seis horas diarias, lo que es una barbaridad.

¿Por qué establecemos el límite en torno a las seis años de edad?

Entre los 0 y los 6 años, el cerebro infantil se desarrolla a velocidad de vértigo y tienen lugar hitos madurativos de gran relevancia. Tenemos que proteger a nuestros niños para que el desarrollo cognitivo, en esta etapa de tanta plasticidad cerebral, se produzca de forma sana.

Tres compromisos ineludibles

1. PREVENCIÓN

Cuanto más pequeño sea el niño, mayor debe ser la supervisión de los adultos. La decisión y responsabilidad sobre el uso de estos sistemas recae siempre en los padres. Somos nosotros quienes establecemos:

  • qué dispositivos pueden utilizar nuestros hijos.
  • cuándo pueden tener acceso a ellos (edad de inicio).
  • qué requisitos deben cumplirse para que puedan utilizarlos (debe ganárselo).
  • a qué funciones del dispositivo pueden acceder (internet, youtube, aplicaciones, juegos online…).
  • qué supervisión tendrán (en particular, en niños de 2 a 6 años).
  • que se cumplen esas condiciones.
  • la constancia de las condiciones y el consenso entre los padres.

Necesitamos padres bien informados capaces de compensar el uso que el niño hace de los dispositivos (tiempo online) con tiempo «real» (tiempo offline).

¿Cómo compensamos offline lo que ocurre online?

  • Tiempo para el aburrimiento. Nuestros niños no se aburren porque los adultos no permitimos que se aburran. Probablemente se deba a que tampoco nos permitimos a nosotros mismos aburrirnos. Nuestro móvil siempre está a mano para interactuar con nuestros grupos de wasap, consultar las noticias o la prensa rosa, ver nuestro email, hacer todo tipo de compras o saltar de un vídeo de youtube o TikTok a otro. Grabémonos a fuego lo siguiente: el cerebro inmaduro del niño necesita aburrirse para desarrollarse correctamente.
  • Tiempo para la interacción social real. No vale la interacción a través de la pantalla. El niño necesita el contacto y el juego compartido con otros niños de carne y hueso.
  • Tiempo para los juegos tradicionales y las tareas cooperativas.
  • Muy importante: tiempo para el deporte y los juegos motores.
2. USO BAJO SUPERVISIÓN

  • Límites de espacio. No es bueno que el niño utilice el teléfono, la tableta, el ordenador o la televisión en su cuarto. Buscaremos siempre espacios compartidos en los que podamos mantener el control de su uso.
  • Límites de tiempo. Nunca de noche o antes de dormir.
  • Revisar el contenido. Controles parentales para impedir el acceso a determinadas páginas, revisión del historial, explicar al niño por qué ese contenido no es adecuado, etc.
  • Límites de uso. No se utilizan estos dispositivos mientras estamos con otras personas. Este comportamiento, que comienza a instaurarse como hábito, repercute sobre la conducta empática. Cada vez conectamos menos con las personas, porque al alternar con los dispositivos no somos capaces de focalizar nuestra atención en la mirada del otro. Somos seres empáticos que necesitan sentirse escuchados. Y la forma de demostrar nuestro interés por el otro es el contacto visual. El niño tiene que aprenderlo desde pequeño a través de nuestro modelo.
  • Silenciar las notificaciones. Esto está relacionado con lo anterior. No permitamos que las notificaciones se hagan con el control de nuestra atención. Decidamos nosotros lo que queremos ver y cuándo queremos verlo.
  • Compartir juegos y videos de interés con nuestros hijos. Esto es algo que gusta mucho a los niños, nos permite conectar con ellos y, al mismo tiempo, estar al tanto de los contenidos a los que acceden.
  • Proponer descansos, especialmente, con los videojuegos. El niño puede pasarse horas sin parpadear. Lamentablemente, estamos asistiendo a un aumento sin precedentes de patologías como la miopía o la obesidad. Hemos de compensar el tiempo que el niño permanece con la pantalla cerca de los ojos con descansos para que mire de lejos.
  • Evitar el uso de dispositivos como ansiolítico. Si el niño está ansioso, enfadado o triste, tenemos que enseñarle a gestionar estas emociones. Si le damos una pantalla para que se tranquilice, impediremos ese aprendizaje.
  • Con adolescentes, compartiremos información sobre noticias e investigaciones sobre redes sociales. Esto forma parte de nuestro trabajo como padres: el hacerles comprender los potenciales riesgos que entrañan las redes para que sepan identificarlos y puedan reaccionar llegado el caso.
3. APOYO DE LA FAMILIA

Lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿Soy adicto al móvil?, ¿Necesito estar siempre pendiente de una pantalla?, ¿Cómo lo perciben mis hijos?, ¿En algún momento han creído que me importa más el móvil que ellos?

Os sorprendería saber la cantidad de niños que sienten abandono porque los padres están enganchados al móvil sin percatarse de ello. Al igual que el resto de las personas, los niños necesitan atención exclusiva, contacto visual, contacto físico, que nos pongamos a su altura y sentir que son el centro de atención en el momento de la interacción comunicativa.

Importancia del modelo

  1. Activa el modo avión mientras estás con tus hijos: evitarás distractores y focalizarás tu atención en ellos.
  2. Activa un espacio libre de móviles. Este programa familiar establece un horario en el que nadie utiliza dispositivos. El niño aprende, entre otras cosas, la importancia del manejo de los tiempos de uso.

 

 

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