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Las familias preguntan: autocuidado de madres y padres

Durante los talleres de formación de familias fomentamos la intervención de padres y madres porque estamos convencidos de que las preguntas que plantean y sus experiencias de primera mano son de gran utilidad para el resto de los participantes. En las líneas siguientes recogemos diversas consultas realizadas en el curso del taller «Autocuidado de madres y padres».

[1] Me cuesta reconocer las emociones en mis hijos, seguramente porque tampoco las reconozco en mí misma.
[2] ¿Cómo ayudamos a nuestros hijos a gestionar sus emociones?
[3] ¿Cómo hacemos para conectar con los adolescentes?
[4] ¿Dónde está el límite en el que tienes que dejar de exigirte?
[5] Muchas veces no sé explicar mis emociones a mis hijos y me enfado por ello.
[6] ¿Qué podemos hacer para que nuestros hijos puedan entendernos cuando no estamos bien?
[7] Cuando pido ayuda a mis hijos y no me la prestan, les digo que me han decepcionado. ¿Es correcto?
[8] Me enfado mucho con mis hijos cuando no me obedecen y después me siento fatal.
[9] Creo que lo que más nos cuesta como padres es desprendernos del sentimiento de culpa.
[10] Dedico mucho tiempo a mi hijo con TDAH y él se siente mal por mi.

Me cuesta reconocer las emociones en mis hijos, seguramente porque tampoco las reconozco en mí misma.

Nos ocurre a todos. Somos unos ignorantes en el terreno de las emociones porque no hemos recibido una buena educación emocional. Cuando nuestro hijo tropieza y cae, lo primero que le decimos es que no llore; si se enfada porque otro niño le ha quitado un juguete, le pedimos que no se enfade. Anulamos constantemente las reacciones emocionales de los niños, porque eso es lo que hemos aprendido. Hay un mal entendimiento de la gestión emocional (que no es sinónimo de «control emocional»). Esto nos juega malas pasadas cuando alcanzamos la edad adulta, porque no somos capaces de identificar ni expresar las emociones.

Antes de hablar, debemos observar y sentir. Si el niño está triste o enfadado, conectaremos con su emoción. Si no se produce esa conexión emocional, nada de lo que digamos generará cambios; al contrario, aumentará el nivel de malestar.

¿Cómo ayudamos a nuestros hijos a gestionar sus emociones?

Sabemos que los peques aprenden por modelo y si nuestras palabras no son coherentes con nuestros actos, no se generarán aprendizajes. Empecemos por aprender nosotros. A priori, los eventos son neutros; no tienen carga emocional. La persona pone esa carga. Un mismo evento puede provocarme un enfado tremendo y, en cambio, provocar la risa de otro. Las emociones tienen que ver con uno mismo, por eso necesitamos validarlas. Después aplicamos estrategias más «racionales» para intentar comprenderlas y expresarlas de forma socialmente aceptable. Volvamos al ejemplo del niño al que quitan el juguete y se pone a llorar de rabia. El primer paso será el de empatizar y validar esa emoción (enfado). Después le enseñaremos a canalizar la situación ayudándole a generar alternativas que le permitan expresar al otro niño, de forma más calmada, por qué está molesto con él.

Esta es la estructura típica de la gestión emocional con niños. Sin embargo, los padres tratamos de razonar antes de validar las emociones. Y el niño no entiende esto.

Lo anterior también es aplicable a los adultos. Si llego a casa muy enfadada con mi jefe y mi pareja, desde la razón, trata de justificar el comportamiento de éste, lo más probable es que mi enfado se dispare aún más. Lo que buscamos en la otra persona es empatía (pura emoción), no consejos. Después vendrá la parte «racional».

¿Cómo hacemos para conectar con los adolescentes?

El adolescente por definición no quiere escuchar a su padre ni a su madre; solo le interesa lo que tiene que decir su grupo de iguales. Ahora bien, el niño que hasta la adolescencia ha vivido en un entorno seguro (y lo considera así) va a preguntar a su padre o madre aquello que le genera incertidumbre. Lo hará de forma indirecta, así que probablemente no tengamos ni idea de por dónde van los tiros pero, a su manera, está buscando y obteniendo la información que desea.

¿Cuáles son las formas «indirectas» de preguntar que utilizan los adolescentes? Contarte cosas que le han ocurrido a un amigo o a una compañera de clase, por ejemplo. ¿Cuál es la recomendación? Escucha y deja hablar a tu hijo adolescente cuando te cuenta esas cosas (aunque pienses que son «chorradas»), porque probablemente escondan un mensaje a través del cual esté recurriendo a ti (aunque jamás lo reconocerá).

No busquemos la conversación directa, porque genera en ellos situaciones incómodas que evitarán a toda costa. El adolescente tiene que venir a nosotros. Y recordad que, al igual que el niño, aprende a través de nuestro modelo.

¿Dónde está el límite en el que tienes que dejar de exigirte?

Eso solo lo puedes establecer tú. Padres y madres tenemos la sensación de ser trabajadores autónomos en esto de la maternidad o la paternidad (no puedes ponerte enfermo, trabajas festivos y vacaciones…). No hay una receta mágica. Nadie puede ponerse en tu piel o decir qué sientes en cada momento o a qué frustraciones te enfrentas.

Hablar de dedicar un momento diario a la introspección -a algo tan básico como pensar en nosotros mismos-, puede parecer una simpleza, pero no lo hacemos nunca. Nos apuntamos a un montón de actividades buscando el autocuidado y, al final, estas iniciativas no hacen más que generarnos nuevos problemas y agobios.

El secreto -y diría que el único- es parar un instante y tomar conciencia de uno mismo. No hablo de meditación, que aunque muy útil, tiene otro cometido (relajarse) Pregúntate: ¿Cómo he actuado en cada una de las situaciones que se han producido a lo largo del día? ¿Por qué no me permito tener ese momento para mí? ¿Es posible que sea excesivamente exigente conmigo misma? Empecemos por ahí: por medirnos por el mismo rasero que utilizamos con los demás. Será entonces cuando empezaremos a introducir pequeños cambios.

No podemos quedarnos en las emociones superficiales o «parásitas», que lo único que hacen es distorsionar la percepción de los sentimientos. Las discusiones con nuestros hijos son un claro ejemplo de lo que hablamos. Cuando las analizamos, descubrimos que en muchos casos, son resultado de nuestras propias frustraciones.

También tenemos que aprender a pedir ayuda. Nos cuesta hacerlo. Piensa, además, que pedir ayuda no solo te favorece a ti: la persona a la que recurres también se siente bien, porque sabe que confías en ella.

Muchas veces no sé explicar mis emociones a mis hijos y me enfado por ello.

Así es. Muchas de nuestras reacciones de enfado tienen que ver con no saber explicar a nuestros hijos lo que estamos sintiendo. El enfado busca alejarse, acabar con una situación que provoca malestar. Actúa por tanto, como mecanismo de evitación: algo me genera frustración y, como no sé cómo expresarla, aparece la emoción secundaria de enfado.

¿Qué podemos hacer para que nuestros hijos nos entiendan cuando no estamos bien?

Todos tenemos malos momentos y etapas emocionalmente complicadas. Si no podemos salir solos, hay que pedir ayuda profesional, tanto por nosotros como por nuestros hijos.

Un psicólogo no te dirá lo que tienes qué hacer; te acompañará e irá guiando para que tú misma vayas reconociendo esas emociones. La falta de ayuda puede afectar a los niños, lo que a su vez retroalimentará tu malestar y empeorará tu salud emocional.

Cuando pido ayuda a mis hijos y no me la prestan les digo que me han decepcionado. ¿Es correcto?

La palabra «decepción» es muy dura y debemos tener cuidado cuando la utilizamos. Evitaría ese tipo de comentarios y, en lugar de ello, haría que los niños asuman las consecuencias de sus actos, ya que todo comportamiento tiene consecuencias, positivas o negativas. Por otra parte, debemos incluir todo el vocabulario emocional en las conversaciones con nuestros hijos, para que entiendan los múltiples matices del léxico emocional de tal forma que, cuando nos vean serios, nos puedan preguntar si estamos preocupados, tristes o enfadados.

Me enfado mucho con mis hijos cuando no me obedecen y después me siento fatal.

Esto es algo típico y lo observamos con frecuencia en la terapia con los padres. Cuando se producen estas situaciones de conflicto constantes en casa, lo primero que hacemos es analizar qué subyace tras el enfado, porque el enfado siempre oculta cosas. Vamos retirando capas hasta llegar a la causa y analizamos entonces qué es lo que realmente nos afecta, como personas adultas, de ese comportamiento infantil. A partir de ese conocimiento es cuando podemos empezar a modificar cosas.

Creo que lo que más nos cuesta como padres es desprendernos del sentimiento de culpa.

Estoy totalmente de acuerdo. Desprendernos del sentimiento de culpa es uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos como padres y, sobre todo, como madres. La culpa es una de esas emociones secundarias que se generan por aprendizaje social y que tienen gran carga cultural y de género. Se suele asociar más a la mujer que al hombre por nuestra mayor capacidad empática. Cuando tenemos facilidad para ponernos en la piel del otro es habitual que aparezca el sentimiento de culpa («Si yo no hago esto, tal vez tenga que hacerlo esa persona y me sentiré mal»). El trabajo de introspección es imprescindible en este sentido: puedo ser una persona generosa y empática y, sin embargo, establecer límites.

El sentimiento de culpa también guarda profunda relación con el nivel de autoexigencia. Aquí es donde tenemos que empezar a reflexionar. ¿Es necesario que asuma tantas cargas? Pero lo más complicado es ir contra contracorriente. El sentimiento de culpa femenino se aprende y potencia desde que somos niñas. Por consiguiente, debemos ser nosotras las que establezcamos nuestros propios límites, porque serán ellos quienes nos protejan de ese dañino sentimiento.

Dedico mucho tiempo a mi hijo con TDAH y él se siente mal por mí.

Tu hijo, consciente de sus dificultades, se siente mal porque piensa que te está haciendo perder el tiempo. Con todos los niños y, en particular con los TDAH, que necesitan más paciencia y están más expuestos al fracaso sistemático, tratamos de repartir tareas en función de los recursos de los que disponemos. Si estuvieras tú sola, serías el único recurso, pero si hay una pareja, tenemos que organizar las responsabilidades. Entiendo que las madres pensemos que tenemos más empatía y paciencia, pero a veces pecamos de exceso y acaparamos.

Esto no tendría ninguna repercusión si no afectase a nuestros hijos, pero sí lo hace. Cuanto tu hijo se siente mal por ti es porque está recibiendo información no verbal (tono de voz, cara de cansancio, expresión corporal…) que le indica tu estado de ánimo. Los niños con TDAH son muy sensibles y captan emociones antes de que tú misma seas consciente de ellas. Cuando esto ocurre, la situación comienza a ser contraproducente.

Poder repartir tareas con otra persona es de gran ayuda, porque enfocas las cosas de otra forma: estás mucho más fresca y menos irritable. Este reparto también beneficia al padre, porque tiene la sensación de asumir una responsabilidad importante y no quedarse al margen de la educación de su hijo.

Aunque sé que es difícil con un niño con TDAH, te recomendaría que limites bien los tiempos. Gran parte del tiempo que dedicamos a hacer tareas escolares no es eficaz, porque el niño ya no rinde en absoluto. Merece la pena establecer periodos mucho más cortos de estudio, pero más fructíferos, teniendo en cuenta una serie de pautas específicas para niños con TDAH. Y cambiar los roles de los padres, repartiendo responsabilidades. Para el niño será mejor y también para vosotros. Es muy probable, además, que tu pareja te sorprenda y descubras que algunas cosas que creías que tu hijo haría mejor contigo es mucho más sencillo entre ellos. Hay que dejar espacio. Y, por supuesto, mantener conversaciones realistas y explicar al niño que estás cansada, pero no por él. Desvincula el cansancio de tu hijo: él no es el problema, sino la cantidad de tareas que tiene que hacer y que no están adaptadas a sus necesidades. Que el niño comprenda que en el momento de hacer tareas, lo que más te gusta es él.

Y, por último, tenemos que aprender a relativizar. Todos los padres de niños con trastornos del neurodesarrollo o del aprendizaje tienen que hacer frente a una carga ingente de tareas escolares para ayudar a sus hijos. En algún momento es necesario decir «por hoy se ha acabado».

Icíar Casado (Psicóloga)


 

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