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Si no quieres gritos, no grites

El grito como forma de comunicación

La falta de autorregulación no es intencional: forma parte del desarrollo natural del niño.

Que los niños responden a menudo gritando es un hecho innegable, como bien sabemos madres y padres.

La explicación básica reside en la inmadurez de su cerebro: en la etapa infantil y también durante los primeros cursos de educación primaria, las funciones cognitivas encargadas de regular las emociones y la conducta de nuestros hijos están en pleno desarrollo. Debido a estas dificultades de regulación, recurren a los gritos (e incluso a los llantos) para comunicar sus emociones.

Con el paso del tiempo y la consiguiente maduración cerebral, los niños aprenderán a regular su comportamiento y a expresar sus emociones de enfado, alegría o de cualquier otro tipo, sin necesidad de recurrir al grito. También mejoran sus habilidades comunicativas, por lo que podrán comprender y expresar sus emociones con mayor eficacia.

Pero para aprender a no gritar, el niño también necesita recibir un estímulo adecuado.

Y aquí entran en escena los adultos de referencia: mamá y papá.

Papel del modelo adulto

Como referente de tus hijos, debes tener en cuenta dos aspectos de relevancia.

Importancia del modelo

No lo olvides: si no quieres que tus hijos griten, sé el primero o la primera en no hacerlo. Cuando los padres ofrecen un modelo inadecuado, porque ellos mismos gestionan las situaciones complicadas gritando, eso será lo que interiorizarán los pequeños de la casa.

Como adulto, cabe esperar -al menos en teoría- que tu sistema ejecutivo haya madurado lo suficiente como para saber gestionar los conflictos manteniendo la calma y sin elevar la voz: el modelo que ofreces a tus hijos es tu responsabilidad.

Efecto sobre el aprendizaje

A lo anterior se suma un segundo agravante: el grito del adulto eleva el nivel de activación del niño impidiendo cualquier tipo de aprendizaje. Aunque haga un esfuerzo por pasar por alto la forma en cómo papá o mamá le transmiten la información (es decir, gritando) y trate de centrarse en el mensaje exclusivamente, no será capaz de generar las conexiones necesarias para que se produzca un aprendizaje significativo. De hecho, lo más probable es que permanezca paralizado hasta que pase esa situación.

A modo de recordatorio: los niños no nacen sabiendo gestionar los conflictos: aprenden viendo cómo lo hacen los adultos, en particular, si estos son sus referentes. Si acostumbramos a perder los nervios, ellos también los perderán. Y cuando desaparece la calma, el niño no aprende. Por una sencilla razón: no entiende lo que se le dice.
 

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