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Preparar a la familia antes de la intervención

Cuando una familia decide contactar con un profesional acumula, por regla general, gran dosis de desgaste y malestar emocional. Lleva tiempo intentando atajar los problemas de conducta de su hijo o hija sin obtener resultados.

Para esbozar una imagen fidedigna de lo que está ocurriendo en casa necesitamos explorar al niño y conocer todos los aspectos relacionados con su desarrollo y temperamento, así como analizar las distintas variables contextuales implicadas. Aquí entran en juego padres y hermanos.

Antes de cualquier intervención (basada en una jerarquía de importancia de los comportamientos sobre los que debemos intervenir) hemos de preparar a la familia. Esto implica:

▶ Que comprenda el problema y, en particular, las causas

Con frecuencia, parte del problema tiene que ver con el temperamento del niño, cómo expresa ese temperamento en situaciones cotidianas y cómo responden los padres a esas reacciones. Ese patrón de acción-reacción establecerá dinámicas familiares que irán consolidándose.

Cuando explicamos a las familias, por ejemplo, qué es la impulsividad y cómo afecta al comportamiento de sus hijos, no lo hacemos con el propósito de justificar ese comportamiento, sino de que entiendan que las explosiones de ira están relacionadas con el neurodesarrollo del niño y que, en muchas ocasiones, escapan de su control. Saber esto cambia la percepción de las cosas, porque los padres dejan de atribuir una intencionalidad a esos comportamientos.

▶ Fuera el sentimiento de culpa

Es habitual que padres y madres tengan un profundo sentimiento de culpa: frases dichas en momentos de tensión, comportamientos en plena discusión de los que no se sienten orgullosos, pensamientos negativos sobre los hijos e incluso sentimiento de rechazo.

Es labor del profesional aliviar ese malestar, que no es más que el resultado de haber intentado muchas cosas sin tener los conocimientos necesarios. Al fin y al cabo, somos padres y madres, no profesionales.

▶ Análisis de los vínculos familiares

Cuando en el hogar hay niños con problemas de conducta, la relación entre padres e hijos termina siendo mala y centrada casi exclusivamente en dinámicas de castigo y amenazas, que también afectan a otros hijos y condicionan la relación de pareja.

Por consiguiente, trataremos de identificar situaciones «satisfactorias» entre los miembros de la familia que podamos rescatar o, si todo se reduce a regañinas y enfados, fomentaremos los momentos que favorezcan un vínculo adecuado.

El trabajo sobre la conducta de los niños no es fácil. Las familias se van a enfrentar al hecho de que, probablemente, tendrán que modificar gran parte de lo que han venido haciendo hasta ahora.

Por tanto, además de límites y cambios -que será imprescindible introducir-, necesitamos momentos en los que padres e hijos jueguen y compartan experiencias positivas. Solo conseguiremos los resultados deseados si generamos un buen vínculo.

 

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