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Rabietas: ¿es el castigo la solución?

Todo sobre las rabietas

Antes de adentrarnos en el tema concreto de las rabietas quiero hacer un breve recorrido por el proceso de maduración del cerebro, porque las rabietas tienen mucho que ver con un cerebro inmaduro.

El cerebro madura de abajo arriba (desde lo más emocional a lo más cognitivo) y de atrás hacia delante. Este aspecto es importante cuando hablamos de rabietas, porque el área prefrontal de la corteza cerebral -lo último que madura-, guarda estrecha relación con todos los procesos de control, entre otros, de las emociones y, por tanto, con el control de las rabietas.

Otro aspecto no menos importante es el hecho de que el «cerebro emocional» influye sobre el «cerebro racional». Tendemos a pensar que nuestra capacidad de raciocinio es lo que nos hace humanos. Sin embargo, las investigaciones apuntan en otra dirección: somos, ante todo, seres emocionales. De hecho, numerosas vías conectan la parte emocional de nuestro cerebro con la racional en tanto que hay pocas vías en dirección contraria. Dicho de otra forma: nuestro cerebro está diseñado para que nuestras emociones «contaminen» nuestra cognición. Lo contrario, es decir, controlar las emociones con nuestra cognición -algo deseable, por supuesto- resulta mucho más complicado.

El niño nace preparado para emocionarse. Las emociones básicas son un mecanismo de supervivencia. El asco evita posibles envenenamientos. El miedo nos hace huir ante una situación de peligro. Todos los mecanismos fisiológicos que subyacen tras las emociones provocan comportamientos que garantizan nuestra supervivencia. Las emociones impregnan nuestro cerebro racional a lo largo de toda la vida pero, sobre todo, en la primera infancia, porque el niño carece de un sistema de control prefrontal bien desarrollado, lo que le lleva a experimentar las emociones -de sorpresa, alegría, asco, miedo y, por supuesto, ira- con gran intensidad.

Como el tema de hoy da para mucho, me centraré en este post en los apartados que indico a continuación y dejaré para el siguiente las recomendaciones sobre cómo actuar ante una rabieta.

[+] ¿Qué son las rabietas?
[+] Trastornos que se acompañan de rabietas frecuentes e intensas
[+] Algunos conceptos clave para entender las rabietas
[+] Causas más frecuentes de que no desaparezcan la rabietas

¿Qué son las rabietas

Podemos definir las rabietas como el resultado conductual de la interacción entre un cerebro inmaduro y un ambiente complejo y en constante cambio. Esta interacción es parte esencial del proceso de aprendizaje del niño, pero eso no significa que sea fácil y, en ocasiones, puede generar situaciones de enfado que desembocan en rabietas.

A diferencia del resto del mundo animal, el ser humano nace muy inmaduro, porque la capacidad de aprendizaje se basa en el vínculo afectivo: necesitamos a nuestros adultos de referencia como educadores y modelos. Que el niño tenga rabietas no es un problema. El problema es que el adulto carezca de destreza para gestionar esas rabietas.

Las rabietas pueden variar en función de diferentes criterios, entre otros:

  • Estímulos desencadenantes: algunos estímulos provocan rabietas en todos los niños; otros dependen de su temperamento y personalidad. Debemos tener esto en cuenta. A menudo los padres valoramos las rabietas de los niños en función de nuestras prioridades y no nos ponemos en la piel del niño. Tal vez el estímulo desencadenante no sea importante para nosotros, pero sí lo es para nuestro hijo.
  • Intensidad: hay rabietas con un nivel de intensidad aceptable y otras en las que el nivel de activación es tan elevado que el niño puede llegar a autolesionarse.
  • Duración: en algunos niños las rabietas son pasajeras; en otros pueden durar tanto que solo se extinguen por la fatiga del propio niño, que llega incluso a dormirse.
  • Frecuencia.
  • Edad de inicio y de finalización.

Trastornos que se acompañan de rabietas frecuentes e intensas

No voy a tratar en detalle estos trastornos ya que este post no es el lugar indicado para ello. Simplemente quiero enumerar los más habituales en consulta:

  • Niños con retraso cognitivo: cuando el niño no comprende el entorno que le rodea, siente inseguridad y miedo. Es normal que reaccione con rabietas.
  • Niños con TEA: una de las características de estos niños es la rigidez cognitiva, por lo que determinados estímulos pueden desencadenar reacciones negativas.
  • Niños con TDAH: las rabietas pueden verse exacerbadas por la impulsividad.
  • Niños con alta sensibilidad: hablamos de niños con un umbral sensorial muy bajo que se ven expuestos a multitud de estímulos. Ese exceso de estimulación puede provocar muchas molestias.
  • Otras cuestiones (alergias, dolor…): cuestiones que no tienen que ver con el neurodesarrollo, pero que pueden ocasionar en el niño un estado de irritabilidad.

Algunos conceptos clave para entender las rabietas

  1. Un estímulo determinado provoca la activación intensa que conocemos como enfado. ¿Pero qué persigue el niño con ese enfado? Comunicar su desacuerdo con el adulto para que éste modifique su conducta. Se trata de un intento de manipulación del entorno que el niño expresa como puede, ya que todavía no dispone de sistemas de regulación. Por ello, no debes reprimir este tipo de comportamiento, porque a través de él tu hijo expresa sus emociones. Reprimir las rabietas solo servirá para generar otros problemas.

    Por tanto, no se trata de reprimir una rabieta, sino de ayudar al niño a gestionar ese sentimiento de enfado de la mejor manera. El enfado infantil no se produce porque sí. Hay una falta de madurez en todas las funciones cognitivas (atención, lenguaje, orientación temporal, regulación, etc.) y, además, el niño carece del bagaje que proporciona la experiencia. Ante una rabieta, nuestro hijo necesita que le ofrezcamos estrategias que le permitan controlar sus reacciones emocionales, no frustrarlas o reprimirlas.

    A MODO DE RESUMEN:
    No reprimas la rabieta; ofrece a tu hijo herramientas para gestionar mejor sus emociones, porque él todavía no sabe hacerlo por sí mismo.

  2. Son muchos los estímulos que pueden desencadenar una rabieta pero, por regla general, hay dos que se llevan la palma: la tolerancia a la frustración y la espera.

    Los padres sabemos lo que persiguen los límites: proteger a nuestros hijos. Pero no son bien recibidos por ellos, porque el límite implica aceptar un «no» y un «espera». El cerebro infantil carece aún de las estructuras corticales necesarias para orientarse en el tiempo, por eso se basa en los acontecimientos («Sé que hoy es lunes porque tengo fútbol»). Las rutinas son las que marcan el tiempo. Cuando le decimos a nuestro hijo -que quiere comer un dulce entre horas-: «Ahora no; después de comer», ese «después de comer» es visto como algo a años luz. Es normal que desencadene malestar en el niño y así tenemos que aceptarlo, como una reacción natural. Si somos coherentes en nuestros actos y le damos el dulce después de comer, el niño irá aprendido a esperar por propia experiencia y esto generará aprendizajes. Es un proceso progresivo que requiere tesón, porque el niño tiene poca capacidad para demorar la recompensa, una capacidad estrechamente vinculada con la orientación temporal. Tampoco comprende el riesgo potencial de determinadas situaciones. Tratará de insistir una y otra vez para lograr lo que desea, pero si el adulto le ofrece siempre la misma respuesta, aprenderá por repetición.

    A TENER EN CUENTA:
    En estas primeras etapas en las que muchas estructuras cerebrales son inmaduras (y también el lenguaje) es importante mantener la coherencia entre los educadores a cargo del niño. Tienen que compartir el mismo discurso, ser consecuentes con los límites y favorecer las rutinas como forma de aprendizaje por experiencia.

  3. El cerebro infantil va madurando; el niño está expuesto a un aprendizaje constante tanto en casa como en el colegio. Hacia los cinco años cabe esperar una reducción progresiva de las rabietas, entre otras cosas, porque mejora su comprensión del entorno y empieza a desarrollar algunas estrategias de autorregulación. ¿Pero qué ocurre cuando las rabietas no desaparecen?

Causas más frecuentes de que no desaparezcan las rabietas

Destacaremos dos de particular relevancia:

  • Estilo parental inadecuado: los padres no están gestionando bien las rabietas. Puede ser que se pongan demasiado nerviosos o que traten de evitar su aparición para no llegar a esa situación desagradable o que apliquen un modelo educativo excesivamente autoritario… Las causas pueden ser muchas, pero el resultado es que no son capaces de regular a su hijo.
  • Desarrollo atípico por la presencia de un trastorno: en este caso, las rabietas se prolongarán en el tiempo. Será necesario acudir a un profesional para conocer las causas de ese comportamiento.

En el próximo post hablaremos de la forma más adecuada de actuar ante las rabietas y de cómo aprovechar esas situaciones para favorecer el aprendizaje.

Icíar Casado (Psicóloga)


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