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Niños explosivos

Con cierta frecuencia, padres y madres refieren malestar como consecuencia del comportamiento de los pequeños de la casa, niños y niñas que desde bien pronto son descritos por las familias como chavales que viven o experimentan sus emociones de forma muy intensa, lo que también se manifiesta en sus respuestas conductuales.

En esta entrada quiero centrarme, en particular, en el grupo de niños pequeños (primeros cursos de infantil) en los que se observa este tipo de comportamiento y en los que, tras haber llevado a cabo la evaluación exhaustiva para identificar las causas, no se detectan elementos contextuales o relacionales que expliquen esas respuestas. Pese a esto, observamos en ellos un perfil cognitivo-conductual caracterizado por la falta de control inhibitorio sobre el pensamiento, las emociones y la conducta que, con frecuencia, se traduce en respuestas desproporcionadas e incluso agresivas.

Antes de adentrarme en el tema propuesto, quiero destacar dos hechos de relevancia:

  • La tremenda plasticidad cerebral del niño, que nos permite generar cambios beneficiosos para su desarrollo cognitivo-conductual.
  • La importancia del adulto como modelo en ese cambio.

Dicho esto, hemos de tener en cuenta lo siguiente:

  • La reacción del niño o niña está condicionada por su desarrollo intrínseco, por lo que debemos erradicar por completo ese prejuicio tan propio de los adultos que manifestamos a través de comentarios del tipo «Hace eso para fastidiar», «No le importa nada», etc., refiriéndonos a nuestro hijo o hija.
  • La respuesta del niño provoca una serie de consecuencias que, a menudo, son negativas para él. Esto hace que crezca el sentimiento de frustración ante la sensación de «no poder hacer las cosas de otra manera». ¿Y qué ocurre cuando esa frustración se repite una y otra vez?
    1. Crece la sensación de indefensión y el niño pierde la motivación por el cambio.
    2. Pueden producirse respuestas desafiantes a través de las cuales el niño mide al adulto y obtiene el bienestar que genera anticipar la consecuencia, aunque esta sea negativa.
  • Las reacciones que observamos en nuestro hijo o hija responden no sólo a estímulos externos, sino también a estímulos internos. Con frecuencia, el niño reacciona ante percepciones, sensaciones o cogniciones que, muchas veces, ni siquiera es capaz de expresar en palabras. Hemos de tener en cuenta, asimismo, la bidireccionalidad del procesamiento de la información. Lo que nosotros observamos (el comportamiento explosivo) es lo que el niño exterioriza pero, por regla general, también interpreta con una intensidad desmedida la información que recibe y sus sentimientos, lo que propicia este tipo de reacción exagerada. Es muy probable que los gritos de un adulto, por ejemplo, generen mucho más desasosiego en un niño de estas características que en otro que es capaz de relativizar ese mismo input.

¿Qué podemos hacer para evitar comportamientos explosivos?

Os proponemos algunas pautas eficaces:

  • Crear en casa un clima tranquilo que induzca al niño calma. Podemos jugar con la iluminación, los olores y los colores para diseñar un espacio cómodo donde el niño pueda tumbarse y llevar a cabo actividades relajadas como leer, manipular masas, pintar….
  • Establecer rutinas que fomenten la organización diaria.
  • Establecer momentos del día de atención exclusiva que favorezcan la comunicación niño-adulto y la escucha activa.
  • Transmitir la información de manera calmada. Los niños o niñas que se activan con facilidad no necesitan mucho para perder la calma, por lo que no tiene sentido elevar aún más su grado de estrés. Un ejemplo ilustrativo son esas situaciones conflictivas entre niño y adulto en las que el primero responde de forma abrupta y el segundo reacciona de la misma manera (por lo general, gritando o dando un montón de órdenes descontroladas). El niño, ante la falta de contención del adulto, se bloquea y responde de cualquier forma.
  • Evitar respuestas autoritarias. Los niños suelen ser muy sensibles y no aceptan bien respuestas de este tipo. Debemos ser capaces de poner límites claros, pero bien argumentados. El «¡Porque lo digo yo!» implica cierto grado de amenaza. Y entre la amenaza y el razonamiento, este segundo es bastante más efectivo a largo plazo.
  • Evitar el castigo en favor del refuerzo positivo de comportamientos adecuados. No debemos pasar por alto los aspectos positivos que nos brinda esta «desinhibición» durante los primero años de desarrollo. Con frecuencia observamos en estos niño respuestas que indican una gran sensibilidad hacia el otro y que deben ser valoradas y reforzadas.

¿Cómo actuamos si se produce una «explosión»?

  1. Es preferible no intervenir verbalmente durante las explosiones infantiles. El gran reto de estos niños es aprender a identificar estados de alta activación emocional que generan comportamientos poco adecuados para poder reconducirlos. Así que, ¿cómo podemos ayudar? Dependerá de cada niño: algunos preferirán la contención física, porque eso les ayuda a reducir el nivel de activación; otros preferirán aislarse en un lugar tranquilo…

  2. Una vez que el niño se haya tranquilizado, identificaremos con él la emoción que ha sentido y le ayudaremos a expresar con palabras qué es lo que ha provocado esa reacción. En este punto, es importante evitar el juicio del adulto, ya que nuestra prioridad es conectar con el sentimiento del niño. Para ello, utilizaremos fórmulas del tipo «te entiendo», «sé que te hacía mucha ilusión»…
  3. Cuando el niño esté tranquilo y, sobre todo, se sienta comprendido, será el momento de ofrecerle una explicación adecuada y de proponerle una respuesta alternativa.
  4. Icíar Casado (Psicóloga)

 

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