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Desajustes conductuales: ¿es normal el comportamiento de mi hij@?

Te voy a pedir, amable lector o lectora, que dediques unos minutos a pensar en aquellos comportamientos de tu hij@ que te preocupan, no te parecen apropiados o generan conflicto entre vosotros. Ahora anótalos.

Antes de meterme de lleno en el tema del post quiero que tengas en cuenta unos breves apuntes de partida:

  • El niño nace con un temperamento codificado genéticamente.
  • Cada niño tiene su propio proceso madurativo: no hay dos niños iguales.
  • El desarrollo de las funciones cognitivas es lento y paulatino.
  • Entre los 3 y 7 años el niño experimenta un profundo desarrollo de procesos cognitivos muy relevantes desde el punto de vista conductual.
  • La conducta está estrechamente vinculada con el desarrollo cognitivo del niño.

A continuación verás listado de los comportamientos típicos que suelen referir las familias que nos visitan.

Comportamientos típicos

  • El niño no respeta los límites ni la autoridad (sean padres o profesores) o muestra conductas desafiantes.
  • Falta de autonomía (parece disperso, necesita ayuda para iniciar la interacción con otros o requiere supervisión constante).
  • Reacciones inapropiadas al contexto (corre o habla a gritos en lugares en los que se espera que guarde silencio).
  • Respuestas agresivas (sean estas verbales o físicas).
  • Inquietud motora.
  • Ataques de ira y rabietas, en particular, en momentos concretos del desarrollo.
  • Reactividad sensorial (reacción exagerada al cansancio o a un estímulo auditivo o visual. O puede suceder lo contrario: no muestra la reacción que cabría esperar ante determinados estímulos).
  • Aislamiento (no quiere estar con su grupo de iguales).
  • No comprende las reacciones o verbalizaciones de los otros (peleas con los hermanos, insultos, no acepta las propuestas de otros niños).
  • No respeta el espacio personal de los demás.
  • Es incapaz de respetar los turnos.

Estoy convencida de que todos o prácticamente todos los comportamientos que has apuntado hace un momento aparecen en este listado. Se trata de conductas típicas que quienes tenemos hijos pequeños hemos padecido en alguna ocasión. Nuestra intención en este post es comprender la razón de estos comportamientos y analizar cuál debe ser nuestra respuesta ante ellos.

Pero empecemos por el principio…

Como ya hemos visto en entradas anteriores, las funciones ejecutivas son funciones superiores que nos permiten mantener el control consciente de todo lo que hacemos: planificar, organizar, revisar, evaluar nuestra conducta, ser conscientes de nuestro pensamiento, trazar planes de actuación… Son indispensables para que podamos controlar nuestras respuestas emocionales, motoras y conductuales. Dada su complejidad, su desarrollo es lento: comienza en la primera infancia, se produce el primer hito madurativo hacia los 7 años y alcanzan su máxima eficacia hacia los dieciocho años.

Percibir y procesar la información: la madurez importa

Percibimos el mundo con la totalidad de nuestros sentidos y, en particular, a través de la vista y el oído. Pero una vez recibido el estímulo, tenemos que procesar esa información. El niño se encuentra en pleno proceso madurativo y es muy probable que no tenga aún una buena comprensión verbal. Lo mismo puede ocurrir con el estímulo visual. Un sistema de atención inmaduro a nivel auditivo, visual o ambos, condicionará la relación del niño con el entorno.

Una vez procesada la información, necesitamos la intervención del sistema ejecutivo para organizar y monitorizar nuestra conducta. Cuando hablamos del sistema ejecutivo, nos referimos a un sistema complejo que se nutre de procesos, funciones y sistemas más básicos (velocidad de procesamiento, memoria de trabajo, acceso a la memoria, control inhibitorio, postergación de la recompensa, flexibilidad, toma de decisiones, autorrecompensa) que, a su vez, se encuentran en desarrollo.

¿Cuáles son, a grandes rasgos, estos procesos y qué ocurre durante su maduración?

  • Velocidad de procesamiento: función estrechamente relacionada con la capacidad del niño para automatizar tareas sencillas que, tras repetir varias veces, no requieren apenas control atencional y se transforman en «hábitos».
  • Memoria de trabajo: función que nos permite acceder a la información requerida para resolver una tarea, un problema o simplemente expresarnos. Este sistema debe estar, por consiguiente, activo en todo momento.
  • Acceso a la memoria: los niños almacenan el vocabulario que aprenden en esas «carpetas» que llamamos memoria. Pero también necesitan poder acceder a ellas con agilidad. De nada sirve guardar información si no somos capaces de encontrarla cuando la buscamos.
  • Control inhibitorio: el cerebro debe ser capaz de frenar los estímulos irrelevantes en cada situación ya que, de lo contrario, será muy difícil mantener el hilo y la coherencia de lo que decimos y hacemos. El niño está sometido a una tremenda carga estimular, por lo que necesita un sistema inhibidor potente que impida el paso de estímulos poco relevantes y le permita focalizar la atención en los que sí son de interés dadas las circunstancias.
  • Postergación de la recompensa: a nadie le gusta la idea de esperar y muchos menos durante la niñez, en la que solo se entiende la recompensa inmediata. Parte importante del desarrollo cognitivo tiene que ver con la capacidad de aprender a demorar la recompensa, una función muy relacionada con la conciencia del tiempo.
  • Flexibilidad: vivimos en un mundo de cambios y situaciones nuevas. Puedo elaborar un plan y, de repente, algo me obliga a modificarlo. El niño tiene que desarrollar la capacidad de adaptarse a las circunstancias cambiantes y a la multiplicidad de opciones.
  • Toma de decisiones y autorrecompensa: la autorrecompensa es la clave de la motivación interna y lo que nos permite enfrentarnos a retos exigentes. Cuando algo nos interesa, es fácil hacerlo, pero la cosa se complica cuando no nos gusta y, sin embargo, lo hacemos. La razón es que encontramos la forma de motivarnos (y recompensarnos). En el niño, la capacidad de autorrecompensa es inmadura. Por eso, papá y mamá son los encargados de proporcionarle recompensas externas («Lo estás haciendo tan bien que te vas a ganar un caramelo en cuanto acabes»).

Tras esta breve enumeración, voy a agrupar las conductas infantiles según las funciones ejecutivas implicadas. Este agrupamiento no es el único posible y hay muchos otros que podrían servir para el mismo fin: comprender que el comportamiento de nuestro hijo o hija se encuadra en el marco del desarrollo natural del niño y no tiene por qué considerarse un trastorno.

Conductas según funciones implicadas:
[+] Activación
[+] Tolerancia a la frustración
[+] Control inhibitorio
[+] Flexibilidad
[+] Procesamiento de la información

Activación

La «activación» es el comienzo de todo. Los estímulos que recibimos activan algo en nosotros. Si se trata de un estímulo auditivo, por ejemplo, se activará el sistema auditivo-verbal. La cuestión es que necesitamos activarnos, ser conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor.

Sin embargo, algunos niños se muestran inatentos o no inician la interacción (no hacen intención de acercarse a sus iguales, mientras que otros corren a sumarse al grupo). Si la conducta de tu hijo o hija te recuerda a la del ejemplo, piensa que es muy probable que su sistema atencional esté aún inmaduro y que, cuando va al parque, ponga su atención en cosas como, por ejemplo, una hormiga o ese tobogán tan chulo. Obviamente, también podríamos interpretar esa conducta como falta de interés o de habilidades sociales, pero en esta entrada no hablaremos de trastornos sino de comportamientos que tienen que ver con el proceso de maduración natural del niño.

Cada niño tiene su propio ritmo de maduración y quienes nos dedicamos a esto conocemos la amplia variabilidad del proceso madurativo. A un niño disperso (3 a 6 años) puede costarle centrar la atención y, aunque esto llame la atención de los padres, no puede considerarse un trastorno.

Tolerancia a la frustración

Niños que no aceptan los límites o la autoridad: es muy probable que esto tenga que ver con la escasa tolerancia a la frustración y la incapacidad de demorar la recompensa. Si papá o mamá me dicen que no puedo comer esto ahora y me cojo una rabieta, es muy probable que no entienda que «ahora no» no significa nunca. Y no es de extrañar, porque la conciencia del tiempo está en plena maduración en el niño.

Control inhibitorio

Niños con inquietud motora, impulsividad, arranques de ira, agresividad, conductas desafiantes: todos ellos son comportamientos habituales entre los 3 y 6 años, muy vinculados con la falta de control inhibitorio. El control inhibitorio es el encargado de decirnos «esto sí» o «esto no» y no solo afecta a los estímulos externos. El niño también tiene que inhibir muchas reacciones y conductas. Ten en cuenta que el término conducta abarca muchas más acciones que las puramente motoras como correr o saltar. Hablar también es una conducta.

Flexibilidad

Niños que no aceptan las propuestas de otros, no comprenden las reacciones de los demás, se aíslan: debes recordar que no nacemos sabiendo que «yo soy yo» y «el otro es el otro» (teoría de la mente). Este aprendizaje requiere tiempo y, entre tanto, es muy probable que tu hijo o hija sea incapaz de imaginar que el resto de los niños no comparte sus mismos gustos. También puede suceder que no entienda o no acepte las propuestas del otro y opte por jugar solo para no entrar en conflicto. Fíjate en la diferencia que hay entre que tu hijo juegue solo por este motivo a que lo haga porque muestra comportamientos antisociales, por ejemplo.

Procesamiento de información

Niños que no obedecen o repiten la misma conducta negativa: ¿entiende tu hijo lo que le están queriendo decir? Su lenguaje está en pleno desarrollo y probablemente experimente dificultades a nivel comprensivo. El niño no comprende las reacciones de los demás porque todavía no integra correctamente la información verbal y visual. En la comunicación tienen tanto peso nuestros gestos corporales como lo que decimos. Si tu hijo es inatento y no capta bien la información no verbal porque no mira a su interlocutor o a su alrededor, no procesa una parte importante de la comunicación (no sabrá, por ejemplo, que el otro niño está enfadado o aburrido), lo que repercutirá en su conducta.

Comportamiento: la suma de factores genéticos y ambientales

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Hemos visto que la conducta de nuestro hijo está condicionada por dos elementos:

  • Aspectos genéticos y dependientes del propio niño (temperamento, maduración, experiencias personales).
  • Aspectos dependientes del ambiente (estilo de educación parental, calidad de los diferentes contextos, estimulación, etc.).

Necesitamos que el niño madure cognitiva y emocionalmente. La conducta será el resultado de esta interacción cognitivo-emocional y generará un impacto en el ambiente. Pero la cosa no acaba aquí. Dependiendo del impacto generado, el ambiente reforzará o no esa conducta, haciendo que se repita o, por el contrario, desaparezca. Cuando el niño repite un comportamiento refuerza las mismas conexiones neuronales, lo que genera aprendizaje.

Si los docentes, madres o padres (el ambiente) exigen al niño más de lo que puede hacer dado su proceso madurativo, es fácil colegir el resultado: generamos frustración. Cuando el niño se frustra se enfada. Y cuando se enfada, se producen reacciones conductuales intensas. La frustración del niño provocará la frustración de los padres, con la consiguiente situación de conflicto.

Puede ocurrir lo contrario: que el ambiente no demande lo suficiente en función del desarrollo cognitivo del niño. En ese caso caemos en la sobreprotección e impedimos que el niño madure. No creamos conexiones neuronales y, por tanto, no generamos aprendizaje.

Haré referencia aquí a un concepto que probablemente hayáis escuchado antes: «la zona de desarrollo próximo» (o zona de confort). Para no generar frustración, pero tampoco ponérselo demasiado fácil a mi hijo o hija, necesito saber cuál es su potencial madurativo en este momento y exigirle un poco más, de forma que aún siga sintiéndose cómodo. El resultado es que experimentará situaciones de éxito, una eficaz manera de mejorar la autoestima y seguridad en uno mismo.

A modo de resumen

La conducta del niño está claramente condicionada por aspectos cognitivos y emocionales en pleno desarrollo. Estos aspectos se relacionan estrechamente con el ambiente. Cada vez que nosotros, los padres, potenciamos una conducta actuamos sobre el cerebro del niño promoviendo la generación de nuevas conexiones. En nuestra mano está el decidir qué conductas queremos potenciar.

Iciar Casado (Psicóloga)


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