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¿A qué edad podemos evaluar las altas capacidades?

Aunque la mayoría de los expertos coinciden en la conveniencia de la identificación temprana de los niños de altas capacidades a fin de ofrecerles un programa educativo adaptado a sus características cognitivas y emocionales que evite problemas de desajuste, la determinación de la edad idónea para la evaluación no concita el mismo consenso.

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Uno de los motivos alegados para desaconsejar la evaluación de aa.cc. en niños muy pequeños es que la precocidad que presentan algunos de ellos (y que forma parte de su desarrollo normal) podría conducir a un diagnóstico erróneo de sobredotación. Podría darse el caso, por ejemplo, de que el niño estuviese inmerso en un entorno altamente estimulador, lo que haría que mostrase unas aptitudes superiores a las de su grupo de edad que, con el paso del tiempo, irán equiparándose a las de este. Por otra parte, las altas capacidades no siempre se manifiestan en los primeros años de vida e incluso pueden pasar desapercibidas si se trata de un niño con problemas de aprendizaje u otro tipo de dificultades: sus altas capacidades compensarán esos déficits, pero el niño no mostrará su potencial.

Los tests psicométricos, además, valoran aspectos cognitivos y psicomotores que el niño todavía no ha tenido ocasión de adquirir o desarrollar. Los resultados se verán asimismo sesgados por aspectos tales como la disposición del niño durante la evaluación, lo motivadora que le resulte la actividad propuesta, el nivel de confianza alcanzado con el terapeuta, su capacidad para demostrar sus habilidades «a demanda», sus dificultades para comprender correctamente lo que se le pide debido a diferencias culturales, sociales o lingüísticas…

Por regla general, el diagnóstico de altas capacidades, al igual que otros diagnósticos que exigen evaluar aspectos del niño en los que interviene la cognición, el lenguaje o la conducta, suelen realizarse a partir de los siete años, pues se considera que a esa edad el cerebro (al que todavía queda largo camino por recorrer hasta completar su desarrollo, principalmente del área frontal) ha alcanzado el grado de madurez, en cuanto a habilidades motrices, sensoperceptivas y del lenguaje, que el niño necesita para comprender el mundo, expresarse con claridad y realizar aprendizajes tan complejos como la lectoescritura.

En la mayoría de los casos, la decisión de evaluar las existencia de altas capacidades en un niño de tres o cuatro años de edad suele producirse en el contexto de alguna dificultad percibida en casa o en la escuela. Esto sucede, por ejemplo, cuando el profesional, a raíz de la observación del niño y de la información facilitada por padres, profesores o del pediatra que lo atiende, tiene motivos para sospechar la existencia de un elevado nivel intelectual o de una comorbilidad que explicaría una sintomatología que no acaba de encajar en el diagnóstico convencional.

La condición de AA.CC. no constituye en sí un problema. El problema puede surgir cuando el niño no recibe la estimulación que necesita. Los padres acuden a consulta alertados por la mala conducta de su hijo en el aula o porque el niño muestra sentimientos continuados de frustración o experimenta síntomas somáticos. Si durante la entrevista con el terapeuta, la familia describe un desarrollo precoz o un bajo rendimiento académico en comparación con las capacidades de su hijo, es conveniente evaluar el perfil cognitivo del niño para descartar que las altas capacidades estén en el origen de ese malestar.

Los tests de aptitudes intelectuales administrados a edades tan tempranas están sujetos a mayor margen de error, por lo que su utilidad es principalmente orientativa. El terapeuta debe dar gran importancia a la observación directa del niño, poniendo a su alcance los medios y herramientas que le permitan conocer e interpretar sus deseos, preferencias o temores; a las entrevistas y cuestionarios con todas las personas de relevancia en su entorno; a los principales hitos de su desarrollo; a la carpeta de trabajos que el niño haya ido creando en casa y en el colegio, y a aspectos como la rapidez de aprendizaje, la autonomía, el uso del lenguaje, la creatividad o la curiosidad. El desarrollo infantil puede ser irregular, por lo que será necesario observar al niño a lo largo del tiempo y repetir las valoraciones.

Otras excepcionalidades que recomendarían la realización de un estudio de la capacidad cognitiva del niño preescolar:

  • Sospecha de retraso cognitivo: aunque el diagnóstico no se realiza hasta los 6 o 7 años, conocer el perfil cognitivo del niño puede ayudarnos a ajustar las exigencias a sus necesidades, evitando así posible situaciones de desajuste con su entorno que puedan ocasionarle malestar emocional, alteraciones en la conducta o aislamiento social. Este diagnóstico nos servirá, además, para identificar preliminarmente aquellos aspectos deficitarios que podemos reforzar a través de la estimulación cognitiva y el empleo de estrategias compensatorias.

  • Sospecha de un trastorno de aprendizaje: aunque no se diagnostica hasta los 6 o 7 años de edad, ciertos indicadores pueden arrojar algunas pistas de la existencia de estas dificultades. Este sería el caso, por ejemplo, del niño al que le cuesta comprender lo que la profesora explica en clase sin que existan déficits sensoriales o motores que los justifiquen. Es importante, en este caso, evaluar las capacidades receptivas (comprensión) del niño, a nivel verbal y visual, para establecer estrategias compensatoria que faciliten el aprendizaje. Si el problema afecta a la ruta de acceso verbal, por ejemplo, nos apoyaremos principalmente en los estímulos visuales para reforzar la comprensión del niño.

  • Trastornos de la fluidez del habla: en ocasiones, los trastornos en la fluidez del habla responden a una disincronía entre el desarrollo del lenguaje y los sistemas motores implicados en el habla. Nos encontramos con niños que presentan un lenguaje expresivo muy rico, con un léxico abundante y estructuras sintácticas complejas a los que cuesta expresar sus ideas a través del habla debido a una musculatura inmadura o a la falta de precisión en los movimientos necesarios para articular las palabras. A través de la valoración cognitiva obtendremos indicadores del desarrollo verbal y capacidad de razonamiento del niño que compararemos con su capacidad psicomotora para identificar la causa de la disfluencia.

  • Icíar Casado, Psicóloga


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