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Niñas de altas capacidades: la inteligencia amordazada

Doble excepcionalidad: tener altas capacidades y ser mujer

¿Qué ocurre entre la escuela primaria y la secundaria para que se apague el brillo de niñas que manifestaban aptitudes sobresalientes en sus primeros años de vida? Las capacidades cognitivas no vienen marcadas por el género, por lo cabría esperar que el número de niñas con altas capacidades fuese semejante al de niños. Sin embargo, solo un 0,10% del alumnado se identifica como niñas de alta capacidad, lo que representa en torno al 36% del total de niños diagnosticados como tales. ¿A qué se debe este desequilibrio?

Niñas que quieren pasar desapercibidas para sentirse parte del grupo; niñas que no son conscientes de su talento porque nadie se lo reconoce o el entorno no es conducente a ello; escaso conocimiento de las altas capacidades; profesores poco cualificados; estereotipos de género y roles preconcebidos, miedo al ridículo o al fracaso o a ser tachadas de empollonas, pelotas o frikis…

Múltiples estudios ponen de manifiesto la pérdida de seguridad y autoconfianza que experimentan las niñas a partir de 5º curso de primaria, al tiempo que aumentan sus exigencias de perfeccionismo y aparece el desinterés y la desmotivación. Niñas que mostraban especial talento en preescolar, van palideciendo hasta difuminarse en el grupo. Llega después del instituto. Los chavales abandonan la niñez para convertirse en adultos y en el proceso han de enfrentarse a intensos cambios físicos, académicos y sociales, con todas las dificultades que ello conlleva. Cuando hablamos de niños de altas capacidades (o de cualquier otro niño con necesidades educativas especiales), hemos de añadir a su mochila la carga adicional que suponen esas necesidades. Y si además se trata de niñas, habremos de sumar el peso de los voluminosos estereotipos sociales, unos estereotipos cuya interiorización comenzó en la educación primaria y que ahora se manifiestan plenamente: el dilema de elegir entre talento o feminidad, entre destacar académicamente o mantener las relaciones sociales, entre optar por un currículum femenino o, por el contrario, masculino.

¿Significa esto que todas las niñas de altas capacidades terminarán experimentando problemas? No, en absoluto. Muchas de ellas serán modélicas estudiantes, con un buen rendimiento académico. Algunas formarán parte de programas de enriquecimiento y aceleración. Otras se considerarán razonablemente satisfechas con su vida en general, aun sabiendo que los resultados obtenidos están a años luz de sus aptitudes. Pero las cifras indican que un número excesivamente elevado de jóvenes terminará sufriendo el malestar y la desazón, cuando no los trastornos, de una vida dedicada a amordazar su inteligencia.

¿Cuándo se produce este cambio?

¿Cuándo comienza a fraguarse este cambio? ¿Cuándo empiezan a mostrar desinterés las niñas por ámbitos como el científico, motivado, en opinión de muchos autores, por la pérdida de confianza en sus propias capacidades?

Según el estudio Gender stereotypes about intellectual ability emerge early (Bien, Leslie, Cimpian, 2017), cuando se pide a niños y niñas que indiquen el nombre de un compañero «muy, muy inteligente» tienden a identificarlo entre sus iguales del mismo género. A partir de los seis años, sin embargo, las niñas incluyen a un mayor número de niños en esa categoría y comienza a desligar a su género de la inteligencia. Pierden, además, interés por los juegos y actividades concebidos para los «muy, muy inteligentes». Según los autores, los hallazgos de este estudio parecen reforzar la hipótesis de que los estereotipos de género desincentivan la presencia de las mujeres en carreras y profesiones vinculada con la física o la filosofía, en las que los miembros aprecian la brillantez intelectual.

En el marco del estudio titulado Sex Differences in Parental Estimates of Their Children’s Intelligence (Funaham), se solicitó a un grupo de adultos británicos que calculasen su propio cociente intelectual y también el de sus hijos. Los varones se atribuyeron una puntuación más elevada que las mujeres (108 frente a 104). Por otra parte, padres y madres asignaron una puntuación más alta a sus hijos que a sus hijas (109 frente a 102). La conclusión del estudio parece obvia: el hombre tiende a sobrevalorar sus capacidades y la mujer a subestimarlas.

Los avances educativos en el mundo contemporáneo son innegables. ¿Por qué, entonces, esa aún mayoritaria presencia de hombres en las carreras relacionadas con las disciplinas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) vinculadas tradicionalmente con el razonamiento abstracto-lógico-matemático y, por consiguiente, con el sobrevalorado cociente intelectual?

El niño es bueno matemáticas, la niña en lecto-escritura

Ya en primaria comienza a asociarse al niño con las matemáticas, la tecnología o la programación y a las niñas con la lectura y la escritura. Los medios de comunicación y los propios padres y profesores inculcan esta idea consciente o inconscientemente. Frases habituales aparentemente inocuas como «Las niñas son tan buenas en matemáticas como los niños» o «Las niñas son tan inteligentes como los niños» implican cierto nivel de infravaloración de género al situar al niño como referente, aunque los resultados académicos son, por lo general, mejores en las niñas (The Myth That Only Brilliant People Are Good at Math and Its Implications for Diversity) . A pesar de los avances registrados en el ámbito educativo, padres y madres tienden a pensar que las capacidades intelectuales de sus hijos son, por lo general, superiores a las de sus hijas. Familias que acuden solicitando que se realice un diagnóstico a su hijo porque consideran que puede tener altas capacidades, no se plantean que su hija pueda tenerlas, aun reconociendo que la niña es «creativa e inteligente». Dada la sensibilidad infantil a todo lo que procede del entorno, no es de extrañar que las niñas (más aún si son superdotadas) duden de su propio talento. Esta duda se retroalimenta en el tiempo. Cuando inician la universidad dejan de competir en condiciones de igualdad con sus compañeros.

Los experimentos llevados a cabo por Bian, Leslie, Murphy y Cimpian (2018) tenían por propósito estudiar cómo los estereotipos culturales persuasivos asocian las altas capacidades intelectuales con los hombres, no con las mujeres. Su investigación puso de manifiesto un dato particularmente relevante: la mujer perdía interés hacia aquellas oportunidades (académicas o profesionales) en las que el éxito se vinculaba con la brillantez intelectual, lo que no ocurría cuando el éxito se relacionaba con la dedicación. Lo que en el hombre se considera una capacidad innata, en la mujer parece ser fruto exclusivamente del esfuerzo y de la perseverancia. Y muchas niñas (y mujeres) están íntimamente convencidas de que es así.

El trabajo realizado por la periodista Claire Shipman y la presentadora Katty Kay ilustra claramente esta inseguridad. Tras dos décadas entrevistando a los hombres y mujeres más influyentes del país, les resultó sorprendente la falta de confianza que mostraba la mujer, con independencia del campo en el que desarrollase su actividad profesional. Las estadísticas no dejan dudas: a pesar del creciente papel de la mujer en la sociedad, la parte superior de la pirámide jerárquica sigue copada por los hombres. Hay quien lo justifica alegando el instinto maternal de la mujer o las barreras invisibles que obstaculizan su desarrollo profesional (el «techo de cristal»), pero la explicación más plausible es la falta de confianza de las mujeres en sus propias competencias.

¿Techo de cristal o falta de confianza?

Los resultados del estudio llevado a cabo por Hewlett-Packard entre su personal confirman lo anterior: las trabajadoras solo trataban de promocionarse cuando consideraban que cumplían el 100% de los requisitos exigidos en el nuevo puesto. A los trabajadores les bastaba con cumplir el 50% de esos requisitos. Las mujeres no presentaban su currículum hasta tener la certeza (o casi) de haber alcanzado la perfección. Los hombres lo presentaban sin pensárselo dos veces, aunque su preparación tuviese algunos aspectos mejorables: simplemente sobrevaloraban sus aptitudes.

Nuestras niñas tienen que conocer su potencial. Y no avergonzarse de mostrarlo. En las manos de todos nosotros —padres, profesores, administración, sociedad en su conjunto— está el hacer que crean en sí mismas y en su valía (esto es particularmente importante si se produce el desarrollo asincrónico frecuente entre niñas con altas capacidades). Es necesario que comprendan que la feminidad no está reñida con el talento. Que la confianza en uno mismo y la capacidad de asumir riesgos sin temor al fracaso es la base del éxito en cualquier esfera de la vida. Y esa confianza únicamente se convierte en rasgo de la personalidad si se inculca desde primaria.


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