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TDAH: pautas para romper los automatismos

Con frecuencia los padres y madres de niños con TDAH nos hacen el mismo comentario: «Le repito a mi hijo veinte veces lo mismo y aún así lo hace mal. Parece incapaz de aprender».

Esta estrategia de «repetir incontables veces» funciona mal con cualquier niño, pero mucho peor si este tiene TDAH. Para comprender la razón debemos tener en cuenta algunos aspectos del funcionamiento cognitivo.

Veamos un ejemplo habitual

El niño llega a casa y, tan pronto abre la puerta papá o mamá, se quita las zapatillas y las deja tiradas por cualquier lado. Esta escena se repite cada día pese a que los padres están cansados de decirle que lleve el calzado a su cuarto. El niño, sin embargo, parece incapaz de incorporar este aprendizaje.

¿Qué está influyendo en este caso?

Son muchas las variables que intervienen en este comportamiento, pero el peso de una es particularmente significativo: estamos tratando de modificar una conducta cuando ya se ha producido. Con la repetición diaria, se activa esa huella de memoria en el niño o niña. Si actuamos una vez que se ha procesado la conducta, los cambios que generaremos serán mínimos o nulos. La próxima vez que nuestro hijo llegue a casa, el mero hecho de abrir la puerta -el estímulo externo- disparará ese automatismo (quitarse las zapatillas y dejarlas tiradas) ya que, para controlar esa conducta, tiene que recurrir a funciones como el control inhibitorio (analizar la situación) y la memoria de trabajo (¿qué me había dicho mamá que tenía que hacer en esta situación?) que, como hemos visto en videos anteriores, están por lo general afectadas en el niño con TDAH.

¿Cuál sería una estrategia adecuada?

Romper ese automatismo antes de que se produzca la conducta.

La mayoría de los niños -también los adultos- funcionan o funcionamos de manera automática a través de hábitos y rutinas que facilitan nuestra vida diaria. Puede darse el caso, sin embargo, de que esos hábitos no sean buenos o beneficiosos (como dejar las zapatillas tiradas, por ejemplo). Para modificarlos, necesitamos provocar un cortocircuito justo antes de que el niño lleve a cabo la conducta que queremos corregir para que pase del estado automático a un estado controlado que le permita cambiar el patrón de actuación. Será entonces cuando empiece a incorporar otra conducta.

Pongamos un ejemplo. Si cuando nuestro hijo o hija llega del colegio se encuentra, al abrir la puerta, con un cartel llamativo, con una caja debajo, en el que dice «Deposita aquí tus zapatos», este elemento inesperado cortocircuitará esa secuencia de acciones que ya tenía interiorizada y entenderá que tiene que dejar las zapatillas en la caja.

Esto que comienza siendo un procesamiento controlado (hay una intencionalidad), porque un estímulo novedoso ha captado su atención (recordándole que tiene dejar allí los zapatos) terminará transformándose en automático a base de repetición. El niño incorpora una conducta adecuada a través de una estrategia que, como vemos, es bastante sencilla.

También puede ocurrir que el cartel y la caja dejen de llamarle la atención, porque se ha habituado a ellos sin haber llegado a automatizar el comportamiento. Será el momento de introducir un nuevo estímulo que rompa esos automatismos.


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