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El castigo: la última opción

En días anteriores nos familiarizamos con algunos refuerzos de gran eficacia como estrategia de modificación de la conducta y, también, con sus posibles riesgos si no se utilizan adecuadamente.

Hoy es el turno de tres nuevas técnicas: el moldeado, la extinción y el castigo.

moldeado

¿Qué es el moldeado?

Es, básicamente, la técnica de modificación de conducta que llevamos a cabo los padres habitualmente, de forma natural e inconsciente, a través de la zona de desarrollo próximo de nuestros hijos. Con nuestra ayuda y orientación, los niños elevan la dificultad de sus logros en la medida justa -ni tan poca que conduzca al desinterés, ni tanta que conduzca a la frustración- como para dar los pequeños pasos que constituyen la base del aprendizaje. Con el moldeado reforzamos también las conductas deseadas de tal forma que, lo que el niño hace hoy con nuestra ayuda, será capaz de hacerlo mañana solo.

¿Qué es la extinción?

A diferencia de las estrategias que ya hemos visto en anteriores posts, la extinción no busca incentivar una conducta adaptativa, sino extinguir un determinado comportamiento.

Bien utilizada, es una herramienta muy eficaz, aunque no exenta de riesgos. Sabemos que una mala extinción es tan contraproducente como un refuerzo intermitente: mantiene la conducta negativa en el tiempo. Por eso, si decidimos practicarla, hemos de hacerlo bien.

¿Qué debemos tener en cuenta?

Si hay algo que genera malestar en el niño es sentir que papá o mamá no le prestan atención. La técnica de extinción se basa en esta necesidad y consiste en retirar todo tipo de refuerzo, tanto positivo como negativo. El malestar que siente el niño ante la falta de atención le induce a modificar la conducta.

IMPORTANTE: prestar atención es un poderosísimo reforzador. Cuando regañamos a nuestros hijos, estamos prestándoles atención y, por consiguiente, probablemente reforzando el comportamiento no deseado.

Además:

  • no interrumpas el proceso de extinción: una extinción a medias es un desastre. La próxima vez que queramos aplicarla, el niño tratará de estirar un poco más la goma y elevará la tasa de respuesta negativa.
  • ten en cuenta el «pico de extinción». Cuando retiramos la atención, el niño no lo entiende y reacciona aumentando la tasa de respuesta negativa (a veces hasta límites insospechados) en un intento de revertir la situación y conseguir algún tipo de respuesta por tu parte, aunque sea de enfado. Anticipa esto y controla todas las estrategias de escape.

    En este contexto, utilizamos el término «escape» para indicar que el niño tratará de evadirse de una situación que le produce malestar (en este caso, la generada por nuestra indiferencia). Si para llamar nuestra atención tiene que gritar, patalear o darse cabezazos contra el suelo, lo hará. Por consiguiente, prepararemos el entorno en el que llevaremos a cabo la extinción en función del tipo de conducta que queremos trabajar y de las características de nuestro hijo o hija. Es poco probable que el supermercado sea el lugar indicado para hacerlo, porque terminaremos prestando atención al niño ante el escrutinio de los otros compradores. Hemos de buscar un espacio en el que, con independencia de hasta donde llegue el pico de extinción, nuestro hijo no pueda hacerse daño si lo intenta y en el que nosotros nos sintamos cómodos para aplicar esta estrategia correctamente.

  • Tras el aumento de la tasa de respuesta se producirá una remisión espontánea. Ningún niño puede aguantar una activación tan elevada durante mucho tiempo y el propio cuerpo induce una respuesta fisiológica de relajación. El proceso de extinción comienza en el momento en el que tu hijo o hija se encuentra en un estado emocional y de activación idóneo para poder interactuar y ofrecerle alternativas.

  • la extinción, al igual que los refuerzos positivos y negativos, debe ser sistemática. Ante la conducta indeseada responderemos siempre de la misma forma, es decir, retirando la atención. Y también debe ser contingente (inmediata) a la conducta inadecuada que queremos extinguir. Iremos observando un progresivo aplanamiento de los picos de activación iniciales hasta que el niño deje de intentarlo, porque sabe que no habrá respuesta por nuestra parte a ese comportamiento.

¿Qué es el castigo?

Aunque la estrategia del castigo no me gusta en absoluto, hago referencia a ella por la frecuencia con la que se utiliza en todos los ámbitos.

El castigo busca reducir un comportamiento negativo utilizando un estímulo aversivo. Al igual que con el refuerzo, diferenciamos dos tipos de castigo: el positivo y el negativo.

Castigo positivo

El castigo positivo consiste en aplicar un estímulo aversivo (dar algo al niño que no le gusta) para reducir la conducta indeseada. Las multas serían un ejemplo de este tipo de estrategia. Nos referimos, por consiguiente, al castigo «de toda la vida».

Castigo negativo

El castigo negativo consiste en retirar algo que agrada al niño (un ejemplo típico sería el «Te has portado mal, así que te quedas sin tele»).

Aunque en nuestro sistema educativo en general el castigo ocupa un lugar predominante y recurrimos a él con gran frecuencia, su eficacia deja mucho que desear. A continuación, explico algunas de las principales contraindicaciones:

«Efectos secundarios» del castigo

Son varias las razones por las que consideramos que el castigo debe reservarse para casos muy puntuales:

  1. genera un alto nivel de activación en el niño incompatible con el aprendizaje. También la persona que castiga experimenta esa activación, ya que es muy difícil castigar manteniendo la calma. Nos encontramos, por tanto, en un contexto en el que están alteradas ambas partes: quien impone el castigo y quien lo recibe.
  2. no promueve conductas positivas alternativas. Las técnicas de modificación a las que nos referido dejan espacio para ofrecer una conducta alternativa. El castigo no genera un contexto propicio para plantear el «ahora qué». Esto provoca frustración y afecta a la autoestima de los niños, en particular, de aquellos que se pasan media vida castigados.
  3. es muy dependiente del contexto y de la persona que lo aplica. Es fácil que el niño responda con estrategias de evitación o de escape. Y no es esto lo que buscamos. Mi intención no es que mi hija se porte bien cuando me vea entrar por la puerta (o, trasladado al mundo de los adultos, que un conductor pise el freno ante la indicación del radar), sino que se comporte correctamente también cuando yo no esté (o que el conductor respete el límite de velocidad aunque no esté presente la señal del radar). Además de no enseñar comportamientos positivos, el castigo invita a no hacer la conducta deseable si no hay penalización por medio.
  4. promueve un modelo muy poco eficaz de resolución de problemas. Los padres queremos que nuestros hijos aprendan a resolver problemas, porque la resolución de problemas será un desafío al que se enfrentarán durante toda su vida. Esto exige cierta flexibilidad para poder hablar, entender y buscar posibles soluciones.
  5. genera habituación cuando se aplica con frecuencia. Y cuando el niño se habitúa al castigo entramos en el peligroso terreno de la indefensión, esa sensación de que haga lo que haga, el desenlace siempre será el mismo: el castigo. Esto mantiene los comportamientos negativos.

Tenemos demasiado integrado el castigo. Quienes trabajamos habitualmente con niños sabemos que solo es eficaz en casos muy puntuales. No podemos permitir las agresiones a otros niños, por ejemplo, y en ese supuesto sí puede tener sentido recurrir al castigo. Aplicarlo para tratar de modificar cualquier conducta, sea cual sea, entraña el riesgo de crear habituación y sentimiento de indefensión. Y, en el mejor de los casos, simplemente funcionará mientras esté presente el estímulo aversivo. Reservémoslo, por tanto, para cuestiones de peso.

Icíar Casado (Psicóloga)


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