Dispraxia

Se denomina dispraxia a la dificultad para coordinar movimientos que requieren la intervención de varios grupos musculares sin que haya alteraciones musculares, anatómicas o neurológicas que justifiquen esa disfunción. Los movimientos del niño son descoordinados y lentos (de ahí que también se conozca como «síndrome del niño torpe»), aún tratándose de acciones sencillas como correr o manipular objetos, que el niño no dispráxico realiza de forma automática. El grado de afectación es muy variable y puede abarcar desde una ligera descoordinación motora hasta los casos más severos que dificultan notablemente la realización de actividades básicas de la vida cotidiana (vestirse, lavarse los dientes, atarse los zapatos, utilizar los cubiertos…). Con frecuencia se acompaña de otros trastornos comórbidos como TDAH, dislexia o problemas emocionales o del comportamiento.

A diferencia de la apraxia, donde la pérdida de la función motora es debida a un daño cerebral sobrevenido (accidente cardiovascular, tumor, enfermedad neurodegenerativa…), la dispraxia es un trastorno del desarrollo observable desde el primer año de vida del niño en forma de retraso en la adquisición de determinadas habilidades motoras como sentarse, arrastrarse, gatear o caminar. Estas alteraciones se hacen más evidentes durante la educación primaria, donde el niño comienza a interactuar con sus compañeros y aumentan las exigencias de destrezas motoras. Comienza, además, el aprendizaje de la lectoescritura, una adquisición que requiere de un buen tono muscular, habilidad viso-motriz, organización temporal y una buena coordinación corporal en general, factores todos ellos alterados en el niño con dispraxia

Su prevalencia entre la población se estima en torno a un 5-6%, porcentaje que aumenta significativamente en el caso de niños con TDAH, donde las cifras se disparan hasta alcanzar el 50%. Afecta mayoritariamente a los varones (en una proporción de 1:3). No tiene ninguna relación con la capacidad intelectual del niño, pero el hecho de que afecte a funciones como la planificación, la atención o la memoria, repercute sobre su capacidad de aprendizaje e incide negativamente en sus resultados académicos y seguirá haciéndolo en su vida profesional adulta.

Los síntomas de los dispraxia son conocidos desde hace tiempo, pero su diagnóstico es relativamente reciente debido, en parte, a que durante mucho tiempo se ha dado por sentado que las dificultades motoras del niño terminarían despareciendo a medida que madurase. Sin embargo, no es así: el niño compensará esa disfunción si es leve, pero en los casos más severos persistirá en la vida adulta (aunque las manifestaciones variarán dependiendo de las circunstancias y experiencias vitales de quien la padece) y el adulto tendrá dificultades para realizar numerosas actividades cotidianas (escribir o planchar, por ejemplo), y en particular en aquellas que, como la conducción, requieren una reacción ágil y precisa.

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, contempla en su última versión (DMS-5) la dispraxia o trastorno de desarrollo de la coordinación (TDC) como un desorden motor discreto, que subsume en la categoría más general de «trastornos del neurodesarollo». En particular, señala como principales manifestaciones:

  1. La adquisición y ejecución de las habilidades motoras coordinadas está muy por debajo de la edad cronológica del niño. Las dificultades se manifiestan como torpeza, lentitud e imprecisión en la realización de habilidades motoras.
  2. Ese déficit motor interfiere de forma notable en las actividades cotidianas, rendimiento académico y actividades prevocacionales, vocacionales, de ocio y de juego.
  3. Los síntomas se manifiestan en las primeras etapas de desarrollo del niño.
  4. Las deficiencias en las habilidades motoras no son atribuibles a una discapacidad intelectual o visual ni a una afección neurológica que altera el movimiento (por ejemplo, parálisis cerebral, distrofia muscular o trastorno degenerativo).

De etiología aún desconocida, la dispraxia se asociada con la inmadurez de la corteza motora que impide la correcta transmisión de mensajes entre el cerebro y los músculos debido, probablemente, a la deficiente integración de las sensaciones tactiles, propioceptivas y vestibulares. El sistema nervioso central no interpreta correctamente la información recibida por los órganos sensoriales y, como resultado, la respuesta motriz es lenta y descoordinada. El niño sabe lo que quiere que «su cuerpo haga», pero no es capaz de realizar el movimiento deseado. Si los músculos afectados son los orofaciales podrán verse comprometidos aspectos como el habla, la deglución o la respiración.

Se desconocen las causas precisas de la dispraxia, pero se relaciona con:

  • Prematuridad y bajo peso al nacer.
  • Inmadurez durante el desarrollo neuronal del feto como resultado del consumo de sustancias tóxicas (tabaco, alcohol, estupefacientes).
  • Sufrimiento fetal (complicaciones durante el parto, por ejemplo).
  • Antecedentes familiares
Tipos de dispraxia
  • Ideomotora: dificultad para realizar movimientos sencillos que requieren, por lo general, un solo paso. Los movimientos transitivos (acciones que implican la utilización de un objeto) se ven generalmente más afectados que los intransitivos (aquellos que no requieren de un objeto como, por ejemplo, saludar con la mano o decir adiós).
  • Ideatoria: dificultad para realizar acciones que requieren de una sucesión armoniosa de movimientos motores. El niño es capaz de realizar cada acto de forma independiente, pero no consigue ordenarlos de forma lógica (atarse los zapatos, por ejemplo).
  • Constructiva: dificultad para comprender las relaciones espaciales entre objetos, lo que genera problemas a la hora de construir, ensamblar o reproducir formas concretas como letras o dibujos.
  • Oromotora o dispraxia verbal: dificultad para coordinar los músculos bucofonadores (lengua, labios, laringe, velo del paladar, mandíbula) necesarios para articular un habla clara e inteligible.
Síntomas asociados
  • Errores espaciales: de equilibrio, postural, de movimiento, de orientación.
  • Sensación de descoordinación, torpeza y lentitud en los movimientos (deficiente motricidad gruesa y fina): los movimientos son lentos y titubeantes. El niño sufre numerosos accidentes, lo que lleva a evitar los juegos con sus compañeros y la actividad física. Con frecuencia se le caen o tira las cosas.
  • Dificultad para «copiar» posturas.
  • Problemas para organizar, planificar y procesar.
  • Falta de autonomía: le cuesta vestirse, peinarse, lavarse los dientes o utilizar los cubiertos.
  • Dificultad para recordar y seguir instrucciones o aprender las reglas de los juegos.
  • Sensación de debilidad y continuo cansancio.
  • Dificultad con la lecto-escritura (lentitud al escribir, numerosas faltas, dificultad para copiar) y con las matemáticas (discalculia).
  • Problemas de habla y lenguaje: deficiente pronunciación, dificultad para controlar el tono y el ritmo, problemas de articulación, vocabulario escaso, discurso poco coherente con dificultades para estructurar las ideas.
  • Escasas habilidades sociales.
  • Dificultades socio-emocionales: desinterés, dispersión atencional, irritabilidad, ansiedad, hiperactividad, inmadurez, baja autoestima.
 

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