Cuando la gratificación dura el tiempo de abrir un paquete
Más allá de cualquier disquisición acerca de la educación de nuestros hijos, lo cierto es que la sociedad consumista en la que vivimos no ayuda en absoluto: ya se trate de juguetes o experiencias, todo está minuciosamente diseñado para que cumpla la regla de «usar, tirar y reemplazar cuanto antes». El juguete que en el pasado se conservaba y cuidaba durante años, hoy se arrincona a los pocos días porque no es el último modelo o porque «el siguiente será mucho mejor». Esta abundacia de estímulos complica nuestra tarea como padres y educadores.
El ejemplo de la viñeta es un caso paradigmático por lo frecuente (de hecho, nos lo planteó una mamá asistente a nuestros talleres): niños que en el día de su cumpleaños (o en Reyes o en cualquier otra celebración) reciben ingentes cantidades de regalos. Rasgan el papel con urgencia, echan un vistazo en su interior y pasan al siguiente paquete. Pero este comportamiento también lo observamos, con sus propias peculiaridades, en los adultos Así que esa es la primera pregunta que debemos plantearnos: «¿Estoy pidiendo a mis hijos un comportamiento que yo no muestro?»
¿Qué ejemplo doy como adulto?
Hagamos un ejercicio clarificador y formulémonos lo obvio: «¿Valoro yo lo que tengo? ¿Doy importancia a las cosas o estas pierden interés tan pronto como las «tacho de la lista de experiencias pendientes»? Esa es, al fin y al cabo, la pregunta: ¿Reproducen mis hijos ese mismo comportamiento?
Transmitimos y enseñamos mucho más con nuestros actos que con nuestras palabras. Quejarte de que tus hijos no prestan la menor atención a aquello que hace dos días parecían desear tanto, cae en oídos sordos. Olvida las frases del tipo «es que nada te parece bien» o «nada te interesa». Estas expresiones de reproche no son más que una forma de castigo que solo provocan culpa o desconexión. La mejor forma de que valoren las cosas -y, por consiguiente, de que disfruten de ellas- es que vean que tú también las valoras. Destaca con naturalidad esas pequeñas cosas de las que nos nos percatamos, el valor profundo de lo cotidiano. Modifica tu estrategia. Formula preguntas del tipo «¿Te has dado cuenta de lo a gusto que estamos?».
La infravalorada atribución de responsabilidades
Y adéntrate en el terreno de la asunción de responsabilidades. Porque si hay algo que hace que valoremos lo que tenemos, es saber que su cuidado y conservación depende —al menos en alguna medida— de uno mismo.
Si no existe implicación, ni espera, ni renuncia, ni participacion activa en lo que recibes; si basta con estirar la mano para recibirlo todo, es difícil que nazca el aprecio: todo se reduce a un ejecicio de acumulación compulsiva. Una eficaz herramienta para fomentar el valor de las cosas -muy infravalorada, por cierto- es convertir a los niños en agentes responsables de lo que reciben.
Hazles responsables del cuidado del objeto deseado. Si se trata de un equipamiento deportivo, por ejemplo, será su cometido organizar su cajón, doblar las prendas o ayudar a limpiar las zapatillas. Nada hay como saber que la consecución de algo depende de tu esfuerzo y compromiso para que lo mires con otros ojos.
Ventajas de la espera razonable
Los ensayos de «gratificación demorada» sugieren que los niños que aprenden a esperar y posponer la recompensa desarrollan más autocontrol, capacidad de valoración y aprecio por lo que reciben. Fomentar la espera razonable, la planificación de metas u otro pequeño esfuerzo simbólico incrementa la percepción de valor.
La próxima vez que quieras que tu hijo valore lo que tiene, no le expliques lo afortunado que es. Demuéstrale que tú también valoras lo que tienes. Y haz que asuma una responsabilidad respecto a lo que desea o que se implique de alguna forma en su consecución. El valor de un objeto tiene mucho más que ver con la experiencia y el vínculo emocional que el niño (o el adulto) establece con él que con el objeto en sí mismo.