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Consultorio: la dificultad de validar las emociones

En vídeos anteriores analizábamos determinadas dinámicas entre padres e hijos que están en el origen en algunas dificultades de conducta que observamos en niños y niñas que visitan nuestro gabinete.

Hoy queremos centrarnos en algo que a los padres y madres les cuesta en particular: validar las emociones de sus hijos.

Imaginemos una tarde cualquiera:

Estamos en el parque. Nuestra hijo lo está pasando muy bien y llega el momento de volver a casa. Al niño no le gusta la idea y, dependiendo de su temperamento, es probable que monte una pataleta. Papá o mamá repetirán cuatro o cinco veces la misma orden, ante el enfado cada vez mayor del niño. Hartos de la situación, los adultos recurrirán al castigo: mañana no se baja al parque. Conclusión: la familia regresa a casa enfada.

Esta situación tan típica desembocará en dos posibles escenarios:

  1. Los padres no cumplen el castigo prometido y al día siguiente vuelven al parque con el niño. Como cabría esperar, este comportamiento daña la credibilidad paterna o materna y el niño repetirá el mismo patrón de conducta.

  2. Los padres cumplen lo dicho y no llevan al niño al parque.

    Analicemos lo que ocurre en este segundo escenario que, en principio, parece el más coherente:

    • Es obvio que nuestro hijo o hija tiene que saber que hay determinados límites que es necesario obedecer. El problema surge cuando la educación se basa exclusivamente en la obediencia o, por expresarlo de otra forma, en el entrenamiento de niños autómatas que solo obedecen a la figura de autoridad por miedo a las consecuencias.
    • Perdemos la oportunidad de utilizar esas situaciones cotidianas para fomentar el desarrollo de la inteligencia emocional.

¿Cómo nos sentiríamos nosotros -adultos hechos y derechos- si alguien nos insta a dejar de hacer algo que nos gusta? Probablemente molestos. La diferencia, respecto al niño, es que podemos regular el enfado porque hemos aprendido estrategias para hacerlo y nuestra mayor madurez cognitiva nos permite comprender que no pasa nada por interrumpir una actividad y retomarla más tarde.

Los niños -sobre todo los más pequeños- carecen todavía de esa capacidad, por lo que los adultos -en particular, papá y mamá-, debemos ayudarles en la gestión emocional.

Cuando decimos a nuestro hijo o hija que tenemos que volver a casa -porque en algún momento hay que hacerlo- tenemos que dar por hecho que expresarán su enfado. Así que validemos esa emoción, mostrándoles nuestra empatía y haciéndoles comprender que entendemos como se sienten.

El niño se sentirá escuchado -la empatía funciona con todos, pequeños y mayores- y esto, por sí solo, reducirá el nivel de activación emocional.

No esperemos que esto sea mano de santo desde el primer momento. No pasa nada si nuestro hijo o hija siguen enfadados. Repetiremos el proceso de validación de emociones -sin modificar la intención original (irnos a casa)- porque esta es la forma adecuada de aprender a gestionar el enfado.

Conclusión:

Es totalmente compatible establecer límites y generar al mismo tiempo relaciones de empatía a través de las cuales el niño se sienta escuchado, validado y dispuesto, a su vez, a escuchar y comprender las razones por las que debe actuar de una determinada manera.


Amplía este tema aquí:

Estrategias de modificación de conducta

Conducta infantil: estrategias facilitadoras

Conducta en la primera infancia

 

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