El tiempo en el que se empiezan a notar los resultados de una intervención logopédica depende en gran medida de la naturaleza del trastorno, la edad del paciente, su capacidad de aprendizaje y la implicación familiar en el proceso terapéutico.
Por ejemplo, en casos de dificultades articulatorias específicas, como la correcta pronunciación de un fonema concreto (como el fonema /r/), suele observarse una evolución favorable en un periodo relativamente corto de tiempo, siempre que exista una buena predisposición por parte del niño y un trabajo constante.
Sin embargo, en alteraciones más complejas del lenguaje, como los trastornos del desarrollo del lenguaje o del habla, los avances son más progresivos y requieren mayor continuidad y paciencia. Estos tratamientos implican no solo la adquisición de habilidades nuevas, sino también su automatización y generalización a diferentes contextos comunicativos.
En el caso de la disfemia o tartamudez, los plazos son aún más variables. A menudo es necesario un seguimiento prolongado en el tiempo que combine estrategias logopédicas, abordaje emocional y acompañamiento familiar para asegurar una mejora estable y duradera.
En cualquier situación, es fundamental recordar que cada niño tiene su propio ritmo de evolución y que el apoyo constante del entorno familiar resulta clave en la eficacia del tratamiento.