A vueltas con la etiqueta diagnóstica
La etiqueta diagnóstica puede ser importante para el paciente, pero su relevancia es mucho menor para nosotros, los psicólogos. Aunque nos aporta un marco clínico, lo que verdaderamente nos orienta a la hora de establecer un tratamiento adaptado a la persona son sus síntomas, que no siempre están presentes -o no con la misma intensidad- en quienes comparten una misma etiqueta diagnóstica.
Ante un tratamiento que no funciona, suele darse la misma circunstancia: un diagnóstico incorrecto. Esto afecta al paciente, que no nota cambios pese a seguir las pautas indicadas. Y si el tratamiento incluye fármacos, el impacto es aún mayor.
Los psicólogos hacemos multitud de preguntas que nos guían en el proceso de evaluación, sin llegar algunas veces a profundizar en el «cómo». El resultado: conocemos lo que se ve, pero no cómo se ha llegado hasta ahí.
Pensemos en un niño con dificultades para la interacción social. Puede ocurrir que carezca de habilidades porque no ha desarrollado la cognición social y le cuesta ponerse en el lugar de los demás (mentalizar). O tal vez responde de manera impulsiva ante cualquier situación que entrañe la mínima frustración, como ocurre con el TDAH. O quizás se trate de un niño tremendamente tímido, que evita a toda costa la interacción social. O es un niño rígido —sin otras dificultades— que no consigue sentirse cómodo en este tipo de situaciones caracterizadas por la flexibilidad y escasa anticipabilidad.
Preguntemos a los padres de un niño con autismo si su hijo o hija tiene dificultades para la interrelación social y la adaptación al cambio. Preguntémosle lo mismo a los padres de un niño o de una niña con TDAH. La respuesta será probablemente «sí» en ambos casos: una disfunción ejecutiva complica la vida a los dos chavales. Los motivos son, sin embargo, diferentes: el niño con TEA necesita anticiparlo todo para tener sensación de control. De hecho, mostrará tendencia a la ritualización sin necesidad de que haya cambios: necesita que su vida sea previsible y ordenada. El niño con TDAH acostumbra a vivir en el caos, pero responde mal a los cambios si no cumplen sus expectativas, lo cual es muy probable. Y, dada su impulsividad, reaccionará con irritación.
A ambos niños les ayuda mucho la anticipación, pero es probable que el niño con TDAH, incluso después de haber anticipado un cambio, siga mostrando reacciones de enfado. Esto se debe a que le cuesta controlar su impulsividad, y su forma habitual de funcionar no se basa en el orden ni en el mantenimiento de rutinas, como ocurre con el niño con TEA.
Son muchos los caminos que conducen a Roma y el profesional tiene que entender por cuál de ellos transita su paciente. Esto solo es posible mediante una evaluación funcional y contextualizada de los síntomas.
La necesidad de evaluar los síntomas en un contexto
Una de las principales dificultades a la hora de comprender adecuadamente un caso clínico es la superposición sintomática entre distintos cuadros diagnósticos. Muchos trastornos comparten manifestaciones externas —como dificultades en la regulación emocional, problemas de interacción social o rechazo al cambio—, pero su origen y función pueden variar significativamente. Esta es una de las razones por las que el diagnóstico diferencial es una herramienta clave en la práctica clínica.
El diagnóstico diferencial permite descartar otras condiciones y obliga al profesional a plantearse hipótesis alternativas y a evaluar los síntomas en contexto. Por ejemplo, en la infancia, el retraimiento social puede estar presente en el trastorno del espectro autista, en un trastorno de ansiedad social, en una depresión o incluso en un niño con alta sensibilidad que no presenta ningún trastorno clínico. Sin una evaluación profunda y funcional, es fácil caer en simplificaciones que no ayudan al paciente, o incluso lo estigmatizan.
Más allá del cumplimiento de criterios diagnósticos, el análisis de la trayectoria evolutiva del síntoma, su función en la vida cotidiana del paciente y su interacción con el entorno son elementos imprescindibles para comprender lo que ocurre.