
No todo tiene que gustarles
Los adultos queremos que los niños hagan lo que les pedimos a la primera (ya se trate de apagar la televisión, volver a casa después de una tarde de parque o ir a la ducha), aunque no les apetezca lo más mínimo. Y pretendemos, además, que lo hagan de buena gana. Sin embargo, la finalidad de la educación no es que cumplan las normas encantados —un esfuerzo bastante estéril, por otra parte— sino que las cumplan cuando es necesario, del mismo modo que los adultos cumplimos con nuestras obligaciones, nos gusten o no.
En nuestra viñeta de hoy, el padre pretende que el niño vaya a la ducha contento y recurre a distintas estrategias para conseguirlo. Entramos aquí en lo artificioso y en una forma de sobreprotección, con pobres resultados desde el punto de vista educativo, incluso si el niño acaba, finalmente, metiéndose bajo la alcachofa.
La sobreprotección tiene muchas caras
La viñeta podría ilustrar dos ellas:
1. El niño se considera al mando
Nuestra protagonista infantil impone su criterio («Me da igual lo que me digas, no voy a bañarme») mientras el adulto plantea fórmulas para modificar su conducta. La situación, sin embargo, debiera ser justo la contraria: el padre establece la norma y es el niño quien, a partir de ahí, puede buscar alternativas… sabiendo que la oposición radical no funcionará ante una regla clara.
Así pues, la conclusión es obvia: el adulto debe mantenerse firme para que sea el niño quien, al comprobar que la estrategia de confrontación no da resultado, busque otra opción: obedecer o negociar. Esa flexibilidad —la capacidad de modificar la propia conducta cuando la estrategia inicial fracasa— es una enseñanza que le acompañará toda la vida.
2. El niño se siente infravalorado
La otra cara de la viñeta corresponde al niño que percibe al adulto como alguien que le transmite: «Tú no eres capaz, así que lo hago yo por ti». La confrontación surge de esa sensación de frustración.
El resultado, en ambos casos, es igualmente desalentador.
¿Cómo evitamos caer en la sobreprotección?
Somos sobreprotectores cuando proporcionamos a nuestros hijos más ayuda de la que necesitan ante retos que podrían afrontar solos. No hay una receta universal para evitarlo: la actuación del adulto dependerá del menor, de su edad, de su nivel de desarrollo y del contexto.
Aun así, hay dos condiciones que, como padres responsables de la educación de nuestros hijos, debemos tener siempre presentes:
- Ser pacientes
Cuando los niños tienen dificultades, es tentador hacer nosotros las cosas para terminar antes o evitarles esfuerzos. Por otra parte, algunos niños no obedecen a la primera (ni a la segunda) y los padres —cansados de discusiones— terminan doblegándose a los deseos del menor. Pero enseñar es un acto de amor… y de paciencia. Y debemos actuar en consecuencia.
- Aceptar la frustración del niño.
Habrá intentos fallidos, porque el error es consustancial al aprendizaje. Y hemos de aceptarlos con naturalidad.







