Inicio   Psicología   También los superhéroes necesitan colgar la capa de vez en cuando

También los superhéroes necesitan colgar la capa de vez en cuando

Siempre has sido una persona activa y cada vez sientes más necesidad de hacer cosas, de estar ocupada. Y cuanto más haces, más quieres hacer. ¡Y lo consigues! Rascas unos minutos de aquí y de allá, aprovechas los tiempos muertos, reduces las horas de descanso, te desdoblas si es necesario para introducir otro «tengo que». Te sientes un superhéroe o una superheroína: llegas a todo, lo abarcas todo y no necesitas la ayuda de nadie porque, ¿quién podría hacer las cosas tan bien como tú o con tanta rapidez?

Es muy posible que familiares y amigos hayan empezado a decirte que estás nervios@ y que te aconsejen aflojar el ritmo. ¿Pero que saben ellos?: te sientes viv@, activ@, útil e imprescindible dentro de esa vorágine. Sus palabras, sin embargo, no caen del todo en saco roto y, aunque no quieres escucharlas, resuenan en tu cabeza cuando tratas de conciliar el sueño: tu vida es una montaña rusa y la idea de echar el freno te parece imposible.

Tu cuerpo te lanza señales de alerta, pero son tan tenues, tan inespecíficas, que prefieres pasarlas por alto. Además, tienes tanto que hacer que no estás para esas menudencias. Y entonces ocurre.

Entonces ocurre

Tal vez estés con tus amigos o con tu familia. O puede que estés sol@. Por un instante has detenido tu ritmo frenético y disfrutas del momento. Pero tu cuerpo no entiende ese parón, a qué se debe esa distensión repentina. Durante mucho tiempo lo has entrenado para la acción, lo has convertido en un formidable atleta. El estado de alerta, la memoria ultra-dividida y las grandes dosis de adrenalina son su estado natural. Y lo que hasta ahora eran tenues señales se manifiestan en todo su esplendor.

Te asustas. Las taquicardias, la opresión, el entumecimiento de las extremidades, el calor abrasador, los mareos, la sensación de que se escapa la vida. Tratas de tranquilizarte con ejercicios de relajación o mensajes positivos, pero tu cuerpo es un caballo desbocado. Acudes a urgencias convencid@ de estar sufriendo un paro cardiaco y es entonces cuando el profesional de la salud te dice lo que nunca creíste que te sucedería a ti: sufres una crisis de ansiedad.

Cambio de enfoque

Has dedicado tanto tiempo a satisfacer obligaciones, demandas y peticiones de los otros que te has olvidado por completo de ti, de lo que eras y de lo que te hacía feliz. Traducido a términos neurofisiológicos, has abusado de tu sistema simpático, diseñado para activarse en situaciones de alerta y acción rápida. Te has vuelto dependiente de sustancias como la noradrenalina, la adrenalina y el cortisol. Y tu cuerpo las segrega en tal cantidad que le impiden un comportamiento sosegado. Necesitas compensar el abuso del sistema simpático con el uso de su antagónico, el sistema parasimpático.

Míralo de forma pragmática: imposible seguir procrastinando. Ha llegado el momento -esta vez ineludible- de pararte y reflexionar acerca de ti mism@, de dirigir hacia ti el foco con el que que siempre iluminabas a los demás. Por primera vez te planteas la posibilidad de introducir cambios significativos en tu vida, lo que es un gran paso. Es un proceso lento, cierto, pero muy enriquecedor.

Llegado a este punto, ten en cuenta varias cosas:

  • La sintomatología que acompaña a una crisis de ansiedad es muy desagradable, por lo que el pensamiento de que vuelva a repetirse puede resultar invalidante ya que retroalimenta la respuesta fisiológica con riesgo de desencadenar una nueva crisis. Es muy probable que tu médico te haya recetado un tratamiento farmacológico (por lo general, una combinación de un medicamento relajante y otro antidepresivo) que evite que esto suceda. Sigue sus indicaciones y no decidas interrumpir el tratamiento de golpe porque creas «que ya puedes controlar la situación».

  • Como dependiente de las sustancias secretadas por el sistema simpático, tu cuerpo experimentará «síndrome de abstinencia». Es muy posible que en situaciones de inactividad, o que te generen cierto estrés o estén relacionadas con tu rutina anterior, se manifiesten síntomas de malestar parecidos a los iniciales, aunque de menor intensidad, porque tu nivel de sensibilización sigue siendo muy alto. Trata de no perder la calma y menos aún la esperanza. Pon en práctica los ejercicios de respiración y relajación que te ha explicado tu terapeuta y date un buen paseo. El malestar irá remitiendo.

  • Han transcurrido las primeras semanas y comienzas a sentirte mejor. Tal vez te desconcierte un poco la forma en cómo percibes las emociones: como si las vivieras «desde fuera». Esta emocionalidad más plana se debe a la medicación y es, por tanto, pasajera. Su ventaja es que te permite vivenciar determinadas situaciones sin el componente emocional exacerbado que tanto malestar interior te provocaba, aunque no fueses consciente de ello. Y, sobre todo, te permite encontrarte contigo mism@, sin excusa alguna, y ser consciente de lo poco que has cuidado tu descanso, tu alimentación, tu bienestar y tal vez tu aspecto físico, y de las muchas barreras que has ido levantando al no aceptar la ayuda de los otros. Comienzas a reconocer y a respetar las señales de tu cuerpo. Este es el principio del cambio real.

  • Empiezas a introducir pequeños (o grandes) cambios en tu rutina, porque por primera vez te estás dejando ayudar. Eres consciente de cada uno de tus logros y te permites pequeñas licencias sin sentirte mal por ello. Te muestras más receptiv@ y recibes el cariño de quienes tienen oportunidad de ayudarte, porque al permitirles hacerlo reconoces implícitamente que confías en ellos. También te sientes más fuerte y segur@ y, aunque pueden producirse altibajos, eres capaz de controlar las sensaciones molestas desde el primer momento.

  • Ten paciencia, mucha paciencia: estás reconfigurando tu mente para construir una mejor versión de tu persona y no es un proceso sencillo. En este viaje has aprendido algo valioso: eres feliz ayudando a los demás, colaborando con quién lo necesita, compartiendo experiencias, repartiendo trocitos de ti. Pero nada de esto es posible si no te das (y dejas que te den) los abrazos, el cariño y el cuidado que tú también necesitas.

  • El viaje se acerca a su fin. Conoces tu cuerpo y tu mente. Te sientes preparad@ para compartir tu brillo con los demás. Enhorabuena: has llegado a tu destino.

Icíar Casado (Psicóloga)

 

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