Hablemos de contagio emocional
Si hay algo a lo que asistimos con frecuencia los profesionales que trabajamos con niños con TDAH, donde la desregulación emocional es el pan de cada día, es el contagio emocional.
El niño o la niña desregulados suelen llegar acompañados de un padre o una madre que lo está aún más. Si sumamos a esto el hecho de que, probablemente, uno de los progenitores comparta el mismo diagnóstico que su hijo, la situación se complica.
Y es que, para bien o para mal, las emociones se contagian por pura empatía.
Nuestro estado emocional afecta a todas nuestras interrelaciones y actividades diarias, personales y profesionales, ya se trate de la interacción con nuestros hijos o con nuestros compañeros de oficina. Y, aun siendo conscientes de ello, en ningún momento nos preguntamos «¿cómo estoy?» o «¿cómo me siento?».
Esas emociones que pasamos por alto
Piensa en un conflicto reciente. No importa si ha sido con tu hijo, con el comercial de Vodafone, con tu jefe o con ese conductor que te ha adelantado haciéndote pegar un volantazo. Reflexiona sobre el contexto en el que se ha producido, en lo que tú has hecho y en la reacción de tu interlocutor. Trata de profundizar —en un ejercicio de sinceridad— en las emociones que has sentido. ¿Mi enfado tiene que ver con el comportamiento de esa persona o es la expresión de otra emoción secundaria a la que no estoy prestando o no estoy queriendo prestar atención?
El enfado no siempre está movido por el acto que parece provocarlo. O al menos no del todo. De hecho, muy pocas veces esa suele ser la única causa… salvo, obviamente, que un conductor alocado haya puesto en riesgo nuestra vida.
Piensa ahora en tu reacción cuando tu enfado alcanza máximos: ¿gritas, guardas un silencio gélido, dices cosas de las que luego te arrepientes o incluso tiras cosas? Sea lo que sea —si lo miras a toro pasado— probablemente ni siquiera tú lo calificarías de comportamiento modélico y objetivo.
Cuando estamos enfadados es difícil hacer cualquier cosa, incluso pensar con objetividad. Y nos cuesta no dañar al otro. Sin embargo, exigimos a nuestros hijos enfadados que piensen y actúen con objetividad y mantengan la calma, también cuando están desbordados.
Analfabetismo emocional
Veamos un segundo ejemplo. Has tenido un día horrible en la oficina y llegas a casa, como mínimo, de muy mal humor. Y tal vez, si las cosas se han dado muy mal, con una mezcla de pena, indignación y hasta humillación. Así que se lo cuentas a tu pareja y esta trata de calmarte: «Bueno, no es para tanto. Ya sabes que tu jefe siempre anda a cien».
Tras este comentario, lo más probable es que tu enfado se haya disparado exponencialmente. Ahora acumulas dos malestares: con tu jefe, el injusto, y con tu pareja, la incapaz de entenderte.
La emoción se resuelve desde la emoción o, al menos, exige de esta en un primer momento. Ante una situación de desregulación, mi primer paso será conectar emocionalmente con esa persona para reducir la activación emocional. Ya vendrá después lo racional. Sin validación emocional previa, cualquier intento de razonamiento no provoca más que desconexión, desinterés, falta de escucha o rigidez.
¿Entendemos el enfado infantil?
Cuando trabajamos con niños (seamos docentes, orientadores, psicólogos) y sentimos enfado, preguntémonos por qué lo sentimos; si ese enfado tiene su origen en el comportamiento del otro. Porque es muy probable que la motivación última sea otra. Puede que frustración (no estoy segura de estar haciendo bien mi trabajo y no consigo entender o adaptarme a mi interlocutor) o —algo muy habitual entre los padres— mi hijo o hija no está cumpliendo mis expectativas; o tengo poco tiempo, o estoy cansada, hambrienta o estresada, o mi pareja no me valida…
Volviendo al ejemplo del mal día en la oficina. ¿Qué hubiéramos necesitado escuchar? Algo así como «Vaya, entiendo que es frustrante» o «Cuánto siento que tu jefe te haya hablado así» habría bastado para establecer un puente emocional, «desactivar» la amígdala hiperexcitada y abrir las puertas a nuestro pensamiento racional.
Funciona con los adultos… y con los niños y adolescentes. No es magia, es validación emocional.