Tras una valoración inicial de la dificultad que presenta el paciente, se diseña un programa terapéutico individualizado en el que se definen los objetivos a alcanzar y una estimación del tiempo de tratamiento.
No obstante, es la evolución diaria del paciente la que, en última instancia, determina la duración real del proceso. Cada persona responde de manera diferente al tratamiento, por lo que el trabajo logopédico debe adaptarse continuamente a sus necesidades y progresos.
Tan pronto como el logopeda considera que los objetivos establecidos se han alcanzado de forma estable, se procede al alta. A partir de ese momento, se ofrece la posibilidad de realizar un seguimiento puntual si en algún momento se detectan nuevas necesidades o situaciones que así lo requieran.