Lo primero que debemos comprobar en estos casos es la audición del niño, ya que la ausencia de atención al estímulo sonoro puede deberse a pérdidas auditivas, tanto congénitas como adquiridas. Es fundamental realizar una evaluación audiológica para descartar esta posibilidad.
Una vez establecido si existe o no un problema auditivo, se deben activar los mecanismos adecuados para, por un lado, estimular la vía auditiva y potenciar la percepción sonora, o por otro, valorar si la falta de respuesta está relacionada con dificultades cognitivas, comunicativas o del desarrollo social.
En cualquier caso, no conviene esperar a que el problema se resuelva por sí solo. Si el niño no responde a su nombre de forma regular a partir del primer año de vida, es aconsejable consultar con un especialista (logopeda, pediatra, neurólogo infantil o audiólogo) que pueda orientar a la familia y evitar retrasos innecesarios en su desarrollo.
Una detección precoz permite una intervención más eficaz. Escuchar y responder al propio nombre es uno de los primeros indicadores del desarrollo comunicativo, por lo que no debe pasar desapercibido.