
¿Cuándo dejó de preocuparnos el pensamiento crítico?
Son muchos los docentes y profesionales de la educación que se llevan las manos a la cabeza ante la omnipresente inteligencia artificial generativa y los problemas que, a su juicio, provoca su facilidad para ofrecer respuestas inmediatas, bien estructuradas y formuladas con un lenguaje natural que hasta ahora considerábamos patrimonio exclusivo del ser humano.
Sin embargo, esta preocupación no es nueva ni debería situarse únicamente en el terreno de la tecnología. Desde bastante antes de la irrupción de la IA, numerosos profesionales venimos reclamando un cambio profundo en la concepción del sistema educativo y de los programas curriculares. Un cambio que permita a un amplio colectivo de alumnos no normotípicos, con estilos de aprendizaje diversos, desarrollar potencialidades que con frecuencia se quedan por el camino por falta de un contexto que las favorezca.
La edad cronológica como baremo
Nuestro sistema educativo se articula, en gran medida, en torno al agrupamiento de niños por edades cronológicas, con independencia de su nivel de madurez, de sus intereses o de sus capacidades. A ello se suma una realidad que el profesorado conoce bien: la obligación de ceñirse a un currículum rígido, con escaso margen para adaptarlo a las necesidades reales del grupo de alumnos al que se dirige. Esta combinación impide (o hace muy complicado) atender a la diversidad de perfiles presentes en el aula.
El modelo de aprendizaje predominante se basa en una lógica de repetición y ampliación de contenidos. En primero de Educación Primaria, los niños aprenden una determinada materia que volverán a repetir en cursos posteriores de forma progresivamente más extensa, manteniendo una estructura similar a lo largo de toda la escolaridad. El énfasis recae en la acumulación de información más que en su comprensión o integración.
Y la repetición como única forma de aprendizaje
Salvo contadas excepciones —que dependen en gran medida de la iniciativa personal docente por introducir el pensamiento crítico en el aula, con todo lo que ello implica en términos de análisis, evaluación, cuestionamiento y argumentación—, el paso de muchos chavales por la escuela se basa, desde el punto de vista estrictamente formativo, en escuchar, memorizar y reproducir lo memorizado durante los exámenes. Todo ello, por lo general, sin una vinculación real entre los conocimientos adquiridos y mucho menos entre asignaturas. Ante esta realidad, cabe preguntarse qué evalúan exactamente los exámenes y qué tipo de aprendizaje se está reforzando.
Los alumnos que no encajan en este estilo de aprendizaje único —algo que observamos con frecuencia en niños con altas capacidades, TDAH, dislexia u otros perfiles— comienzan a manifestar dificultades en su rendimiento escolar y, como consecuencia, en otros ámbitos personales y emocionales. Las familias, alertadas, acuden a consulta psicológica en busca de una explicación. En ese punto empezamos a tratar como clínico algo que, al menos en su origen, pertenece a un ámbito educativo que corta las alas a cualquier forma de expresión que no sea la puramente memorística.
¿Competir con la IA en términos memorísticos?
La aparición de la inteligencia artificial viene a poner de manifiesto, de forma particularmente clara, las limitaciones de este modelo. La IA memoriza, organiza y contrasta datos mucho mejor que cualquiera de nosotros, por lo que competir en ese terreno no es una opción realista. Pretender mantener un sistema educativo basado en la repetición de información en un contexto en el que las máquinas lo hacen con mayor eficacia resulta, cuanto menos, cuestionable.
Cabe esperar que esta transformación tecnológica marque un antes y un después en la educación de niños y adolescentes y sirva para que los responsables educativos replanteen prioridades. El uso de estas herramientas es insoslayable, pero lo verdaderamente imprescindible es priorizar el desarrollo del pensamiento crítico y la capacidad de cuestionamiento como base para generar ideas propias, establecer relaciones entre conocimientos y aprender a diferenciar la información relevante de la superflua. Solo así será posible construir aprendizaje con sentido y dar respuesta a la diversidad del alumnado.







