Cómo evitar conflictos frecuentes
Padres y madres lo hemos venido haciendo muy bien durante la infancia o, al menos, lo mejor que hemos sabido. Hemos generado vínculos y creado espacios de seguridad y comunicación con nuestros niños. Hemos asentado, en definitiva, los cimientos que facilitarán la relación con nuestros hijos adolescentes y ayudarán a prevenir posibles situaciones de riesgo en una de las etapas más complejas del desarrollo.
Y, pese ello, se producen conflictos. ¿Cuáles son las causas principales?
Causas de conflicto entre adultos y adolescentes
- Modelo parental poco adecuado. Las parejas que se relacionan entre sí o con sus hijos de forma agresiva o poco deseable favorecen la imitación de este modelo entre sus hijos adolescentes.
- No permitir espacio. Padres que no asumen el tener que pasar a segundo plano y quieren seguir dirigiendo la vida de su hijo como venían haciéndolo hasta ahora.
- Intereses diferentes. Los adultos tenemos intereses muy distintos, por lo general, de los de nuestros hijos. La típica frase adolescente de «mis padres no me entienden» tiene mucho de verdad. Todos tenemos claro que no hablaríamos a nuestro hijo de cuatro años sobre temas que no le interesan lo más mínimo. Apliquemos lo mismo a nuestro hijo adolescente. Es probable que muchos de los asuntos que interesan a nuestro hijo o hija nos parezcan superficiales, pero a ellos no. Y lo que prima en este momento es la construcción del vínculo con nuestros hijos, así que tal vez tengamos que abrir nuestra mente a otros temas.
- Rechazo a los límites. Muchos padres seguimos aplicando las mismas estrategias que cuando nuestros hijos eran pequeños: imponer límites. Los límites son necesarios, pero no deben ser entendidos como un castigo, sino como un mecanismo de protección. Han de adoptar, por tanto, la forma de consejo, no de imposición. La imposición generará el inmediato rechazo del adolescente, porque ya no acepta que le impongamos nada. Otra cosa es que recomendamos y aconsejamos. En última instancia, la elección será suya y, por tanto, un paso más en su desarrollo.
- Falta de validación emocional. El adolescente es pura emoción. En ocasiones no sabe cómo expresar la tristeza y la manifiesta como rabia o enfado. Nuestra reacción ante este tipo de manifestaciones genera en nuestro hijo la percepción de que no le entendemos y de que estamos invalidando unas emociones a las que tanta importancia otorga en ese momento de su vida.
Estos conflictos entre padres e hijos pueden ocasionar dificultades relacionadas con un vínculo inadecuado. ¿Cuáles son las posibles consecuencias?
Consecuencias de un vínculo inadecuado
- Sensación de desprotección. El adolescente se enfrenta cada día a situaciones nuevas y complejas. Sentir falta de protección genera sentimientos negativos como indefensión, frustración, apatía, etc.
- Vinculación a personas «no seguras». La vinculación es necesaria. Si no la tiene con nosotros, nuestro hijo la buscará en otro lugar. Aquí interviene el factor suerte: es posible que esas personas ejerzan una buena influencia o todo lo contrario (indefensión).
- Búsqueda de modelos inadecuados con el riesgo de que establezca relaciones tóxicas.
- Trastornos del estado de ánimo o de la conducta. Todos necesitamos sentirnos protegidos y queridos, más aún en una etapa tan vulnerable como esta.
- Conductas de riesgo. Cuando el adolescente se siente mal trata de calmar a toda costa esa sensación desagradable. Si carece de estrategias adecuadas o de un buen vínculo con los adultos, buscará medios que le sirvan de ansiolítico para descargar el malestar (autolesiones, consumo de estupefacientes, etc.).
Cómo generar un vínculo que evite conflictos constantes
- Deja de lado tus intereses y conecta con tu hijo. Nuestros intereses son claros: estudia, compórtate bien, recoge tu cuarto… Vamos a centrarnos ahora en los intereses de nuestro hijo o hija.
- Respeta su espacio y asume tu nueva función. Sabemos que el adolescente necesita tiempo y espacio. No te alarmes si tu hijo cierra ahora la puerta de su cuarto, por ejemplo, y respeta su deseo de intimidad.
- Acepta sus miedos y frustraciones.
- Recomienda, no impongas. Al imponer no permitimos que nuestro hijo desarrolle la autocrítica. Pueden pasar dos cosas: que desarrolle una actitud sumisa (lo que no es un buen aprendizaje) o que se rebele (lo que tampoco nos ayuda). Favorece la autocrítica. Si tu hijo toma una decisión cuyo resultado es fallido, no habrá un castigo, sino asunción de responsabilidad: «Has tomado esta decisión y, bajo tu responsabilidad, ha pasado esto. Has aprendido que la próxima vez puedes hacer las cosas de otra forma».
- Límites claros y concretos. Olvídate de la rumiación tan típica de los padres, esa repetición constante de lo mismo una y otra vez. Lo único que conseguimos es deteriorar la relación y es muy probable que tu hijo o hija ni siquiera te escuche.
- Negocia. Esta es la única estrategia posible con un adolescente. No castigues; favorece la asunción de responsabilidades.
- No invalides. Acompaña los límites de cierto grado de comprensión. Entiende la frustración que ese límite genera a tu hijo («Comprendo que te gustaría estar hasta más tarde con tus amigos, pero este límite tiene un sentido: protegerte»).
- No reacciones a sus enfados. El adolescente se enfada con frecuencia, a veces por causas justificadas y otras no. No pasa nada. Sabemos que está inmerso en un cóctel de emociones de difícil gestión y que se va a enfadar cuando esté triste, tenga miedo o esté agobiado. En este caso lo mejor es retirarnos un poquito y una vez que se le pase -porque igual que sube baja- podremos hablar, si se presta a ello, sobre la causa del enfado y ayudarle a resolver ese conflicto. Si reaccionamos a sus enfados bloqueamos toda posibilidad de aprendizaje.
A MODO DE RESUMEN:
Sitúate en una posición no intrusiva pero de fácil acceso, porque cuando tu hijo o hija se encuentre ante un conflicto que no pueda solucionar acudirá a ti.