El dulce placer de procrastinar… ¿o no?
Así son las cosas: el ser humano tiende a postergar aquello que no le motiva. Para evitar que esta costumbre nos complique la vida, aprendemos desde pequeños el valor de la autodisciplina. Nos entrenamos para hacer lo que «toca», aunque no nos apetezca. En condiciones normales, esta capacidad de autorregulación se desarrolla de forma natural.
Pero para algunas personas, en particular, aquellas con trastornos del estado de ánimo o condiciones como el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), esta autodisciplina no es tan accesible. De hecho, en el caso del TDAH, la procrastinación es un síntoma nuclear y persistente desde la infancia hasta la edad adulta.
Son muchos los factores que influyen en ello, pero destacaría uno particularmente importante: la necesidad de un alto nivel de estimulación para iniciar una tarea.
Mientras que un cerebro neurotípico transforma un plan mental (con todos sus pasos) en una acción con relativa fluidez, el cerebro con TDAH requiere un nivel de activación mucho mayor para poner en marcha la maquinaria implicada. La presión del tiempo -el clásico «mañana tengo que entregar este trabajo sí o sí»- es un buen detonante para desencadenar la acción… aunque los resultado no sean siempre los deseados.
A este patrón hemos de sumar la disfunción ejecutiva característica del TDAH que se manifiesta, entre otras cosas, como:
- Deficiente gestión del tiempo (tendencia a subestimarlo).
- Dificultad para posponer la recompensa.
- Dificultad para mantener la motivación ante tareas poco estimulantes.
- Baja tolerancia a la frustración.
Y no olvidemos la influyente historia de aprendizaje.
¿Qué es eso de la historia de aprendizaje?
Cuando un cerebro infantil con TDAH «remolonea» ante tareas poco estimulantes, los resultados suelen ser los esperables: tareas olvidadas, materiales perdidos, trabajos a medio hacer o hechos para salir del paso. Esta historia de fracasos repetidos alimenta la procrastinación futura: «¿Para qué intentarlo si lo haré mal?».
Compensar… a cualquier precio
Muchas personas con TDAH desarrollan en la adultez lo que llamamos conductas de compensación. Son conscientes de sus déficits ejecutivos y de sus dificultades para activar un plan de acción y temen cometer errores. Para tratar de evitarlo, se obsesionan con el control constante de todo cuanto tienen pendiente.
Cuando esto ocurre, se dan dos escenarios:
- Saturación mental: intentan no olvidar nada, repitiéndose mentalmente las tareas una y otra vez. Esto colapsa la memoria de trabajo y genera ansiedad, ya que los pensamientos no se traducen en acciones que alivien la carga mental.
- Conductas desajustadas: por miedo a fallar, toman decisiones poco funcionales como, por ejemplo, llegar con una antelación exagerada a una cita o dedicar un tiempo poco razonable a tareas mínimas, con el desgaste que ello provoca.
¿Procastinan los animales? Un apunte curioso
Es tentador utilizar el término «procrastinación» al observar ciertas conductas en animales, pero hasta donde sebemos no podemos afirmar que lo sea, ya que la procrastinación, en sentido humano, implica:
- Autoconciencia (ser consciente de lo que se posterga).
- Evaluación del futuro (anticipar consecuencias).
- Regulación emocional (ansiedad, aburrimiento, miedo al fracaso, culpa, etc.).
Lo que observamos en los animales se parece más a:
- Preferencia por la gratificación inmediata (en los experimentos de laberintos, por ejemplo, las ratas prefieren recompensas inmediatas que esperar por una gratificación mayor).
- Evitación de tareas demandantes o no recompensadas (algunos chimpacés evitan tareas complejas si no hay un refuerzo claro).