Unos miedos muy de padres
Dudo que haya muchos padres y madres que no se hayan enfrentado en algún momento a una situación de esta naturaleza. Por mi parte, os aconsejaría respirar profundamente y confiar en vuestros hijos (dentro de lo razonable) y en todo aquello que les habéis venido inculcando desde que tuvieron uso de razón.
Nuestros hijos adolescentes atraviesan una etapa de profundos cambios, inmersos en un complejo proceso de construcción de su identidad en el que cobra gran importancia la experimentación por ensayo y error (ese «soy capaz y tanto si sale bien como si sale mal ha sido decisión mía»). En esa experimentación, es natural que a veces tiendan hacia los extremos. Todos lo hemos hecho en alguna ocasión: explorar los límites para buscar después, poco a poco, el equilibrio.
Importancia del grupo de iguales
En esta etapa, el grupo de iguales adquiere un peso enorme. La pertenencia al grupo se convierte en uno de los principales referentes identitarios. Los adolescentes buscan sentirse aceptados y con frecuencia priorizan la aceptación del grupo sobre las normas familiares.
Que nuestros hijos tengan amigos que no nos convencen entra dentro de lo previsible. Es normal y no debemos alertarnos por ello. La adolescencia dispara todos nuestros miedos. Nuestros adolescentes están especializados en despertar aquello que nos incomoda y frustra. Y no están por la labor de dar demasiadas explicaciones. Así que, también en este caso, los padres debemos hacer algo de autocrítica. Preguntémonos: ¿por qué no me gustan los amigos de mi hijo? ¿Tal vez porque visten de una forma rara o porque viven en una zona en la que no suelo moverme y que asocio con conflicto? ¿O quizá porque me recuerdan a personas o experiencias del pasado que me hicieron daño?
¿Nos molestan sus amistades o son prejuicios?
Empecemos por descartar que ese malestar no se debe a prejuicios o miedos propios. No es de extrañar que la adolescencia de los hijos sea un momento en el que muchos adultos deciden hacer terapia. Esta etapa de la vida no solo transforma a nuestros hijos; también nos hace cuestionarnos nuestra función como madres y padres.
Lo primero que hemos de tener claro es qué cosas son aceptables y cuáles no. Esto requiere una reflexión profunda: ¿cuáles son nuestros valores no negociables? ¿Qué conductas concretas nos parecen peligrosas y por qué? Establecer límites claros y razonables en este sentido nos permite actuar con coherencia y serenidad.
Diferenciar lo que no nos gusta de lo peligroso
Cuando consideremos que algo es inaceptable para nosotros, debe haber una conversación con nuestro hijo o hija, poniéndonos a su nivel y comprendiendo sus intereses. Y a partir de ahí, mejor recomendar y sugerir que prohibir. Aunque no lo parezca, esas sugerencias quedan grabadas en la mente de nuestros hijos y son tenidas en cuenta a la hora de tomar decisiones, en tanto que la prohibición desencadena, por lo general, un rechazo absoluto.
Y escucha lo que tu hijo o hija te dice. E incluso lee entre palabras. Muchas veces, te sorprenderá descubrir que no admiran tanto a esos amigos que te preocupan. Tal vez solo están probándose a sí mismos o buscando sentirse diferentes. O puede que sí haya influencia, pero incluso entonces, si hemos forjado una relación de confianza, terminará imponiéndose la razón.
Si a pesar de nuestros esfuerzos, nuestro hijo o hija se niega de plano a hablar con nosotros, será el momento de solicitar ayuda profesional. Un psicólogo especializado en adolescentes puede ayudaros a entablar ese diálogo y a comprender lo que está pasando sin dejaros llevar por los miedos, muchas veces infundados.