No puedes obligar a tu hijo a recibir terapia
No podemos obligar a nuestro hijo o hija adolescente a recibir terapia contra su voluntad, por la simple razón de que cualquier intervención necesitará, para obtener resultado, que ponga de su parte.
Los psicólogos sabemos por experiencia que la probabilidad de que un adolescente abandone la terapia es alta: hablamos de una persona en pleno desarrollo y sometida a tremendos cambios emocionales que escapan a su comprensión. No debe sorprendernos, por consiguiente, que de pronto deje de encontrar sentido a la terapia, considere que no satisface sus expectativas o incluso piense que el profesional no actúa como debería.
La mejor recomendación que puedo darte, si tu hijo o hija no quiere acudir a terapia, es que no trates de forzar la situación insistiendo una y otra vez. Mantente a la espera y aprovecha cualquier ocasión para estrechar de forma natural los vínculos y la comunicación. Y evita sobre-reaccionar a lo que te molesta para no generar más malestar.
¿Qué es la intervención indirecta?
Cuando se produce esta situación de rechazo de estas características, acostumbramos a trabajar con los padres mediante lo que se conoce como intervención indirecta. A través de esta intervención generamos un eficaz efecto dominó: los cambios en el comportamiento de los adultos desencadenan, a su vez, cambios en el comportamiento de los hijos.
Este tipo de intervención requiere constancia y, con frecuencia, la revisión de expectativas. En ningún caso pretendemos transformaciones radicales (que, por otra parte, no funcionan en absoluto), sino introducir pequeños cambios que suavicen las dinámicas rígidas. La intervención indirecta suele dar buenos resultados, porque los padres, orientados por el profesional, modifican comportamientos ineficientes que, a fuerza de repetidos, provocan el inmediato rechazo del adolescente. Moderar las reacciones cuando surgen conflictos, replantear los límites sin entrar en luchas de poder o compartir tiempos sin tensiones, por ejemplo, son algunas acciones con repercusión inmediata en la respuesta de los hijos.
Delegar en un tercero
Es posible asimismo que el profesional os proponga la intervención de una tercera persona. En ocasiones, no resulta eficaz -e incluso puede ser contraproducente- que sean los propios padres quienes lleven a cabo determinadas acciones. Cuando esto sucede, es conveniente delegar en un familiar con quien vuestro hijo o hija mantenga una relación menos conflictiva.
Por regla general, la negociación funciona muy bien con los adolescentes. Te aconsejo que identifiques aquellas cosas que motivan a tu hijo o hija y las utilices para alcanzar compromisos («Estoy dispuesta a aceptar esto si, a cambio, tú aceptas esto otro»).
También puede ocurrir que el adolescente no haya tenido buenas experiencias en el pasado y no guarde un recuerdo agradable del profesional que le atendió entonces. Tal vez se haya sentido incomprendido o no haya establecido una relación fluida con esa persona o quizás le dio la impresión de que se posicionaba del lado de los padres. En ese caso, es importante no desautorizar esa vivencia. Puede ser buena idea implicarle en la búsqueda del nuevo psicólogo o psicóloga. Puedes preguntarle qué tipo de profesional le gustaría, si prefiere consulta presencial u online o si hay algo que no estaría dispuesto a tolerar de un terapeuta.
No esperes a la adolescencia
La comunicación con un adolescente no empieza cuando cumple trece o catorce años. Las conversaciones difíciles solo serán posibles a estas alturas (y, aun así, no siempre) si nuestros hijos entienden, desde la infancia, que expresar sus emociones no es una operación de riesgo. Si hemos validado sus enfados, sus dudas y sus frustraciones cotidianas y han interiorizado que el quid de la cuestion no está en reprimir o negar la existencia de las emociones, sino en saber gestionarlas de forma sana y funcional, es más probable que en la adolescencia no cierren la puerta con candado a nuestras preguntas, aunque nos contesten con monosílabos o desgana.
El trabajo preventivo no consiste en «hablar mucho», sino en generar el entorno de confianza adecuado. Esto implica escuchar sin interrumpir, evitar sermones cuando nuestros hijos nos cuentan algo incómodo, pedir y valorar su opinión y, por supuesto, respetar sus silencios e intimidad.
Otras formas de comunicar sin forzar
Algunos adolescentes no se expresan con facilidad mediante la palabra directa. Prefieren hacerlo por medios menos evidentes como compartir con nosotros la canción que escuchan en bucle, enviar un vídeo o soltar una frase aparentemente insignificante. Estos gestos pueden ser oportunidades de acercamiento si los interpretamos con sensibilidad.