Frustración y tolerancia a la frustración: dos naturalezas distintas
Cuando hablamos de este sentimiento, hemos de diferenciar entre la frustración en sí misma y la tolerancia a la frustración.
La frustración es un fenomeno connatural al ser humano. Funcionamos -como el resto de los animales, por cierto- a golpe de deseo. La frustración aparece cuando ese deseo no puede ser satisfecho de inmediato o cuando lo obtenido no cumple nuestras expectativas.
Cuando ocurre esto, se desencadena una «explosión» química en nuestro cerebro: un cóctel que combina rabia, ira, enfado y tristeza.
Dependiendo de las características individuales, predominará uno u otro de estos ingredientes.
La tolerancia a la frustración, en cambio, no es innata, sino un aprendizaje que requiere de práctica y formación de hábitos.
En otras palabras, la frustración surge por el mero hecho de existir, mientras que la tolerancia a ella se adquiere.
Un entorno poco favorable al aprendizaje de la tolerancia
El nicho ecológico en el que se desenvuelven los niños no favorece el desarrollo natural de la tolerancia a la frustración. A diferencia de épocas anteriores, donde la espera era parte de la vida, la inmediatez es hoy la norma. Esta falta de exposición dificulta el aprendizaje.
Si nos centramos en los niños con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), el problema se agrava debido a la vulnerabilidad neurocognitiva en áreas clave para adquirir este hábito: funciones ejecutivas como la inhibición, regulación emocional, demora de la recompensa, perseverancia o la concienica del tiempo presente y futuro.
En este difícil escenario (desarrollo lento de funciones ejecutivas y entorno poco propicio) tiene sentido entrenar en la tolerancia a la frustración porque, de lo contrario, los niños con TDAH manifestarán respuestas desproporcionadas ante esta.
«Hot points» en niños con TDAH
Las reacciones intensas, que superan el umbral de tolerancia y que denominamos hot points —tema que trataremos más a fondo en el próximo post—, son más habituales en niños con TDAH debido a esa inmadurez cognitiva.
Afortunadamente, los adultos podemos reducir la frecuencia de estos episodios si entrenamos de forma consistente la tolerancia a la frustración.
¿Cómo entrenamos la tolerancia a la frustración?
Mediante dos técnicas ampliamente validadas: el aplazamiento y la renuncia.
Un entrenamiento sistemático, por parte del adulto, ayudará al niño a interiorizar estos hábitos y, con ello, a disminuir la tasa de frustración.
Esto no implica la reducción de la intensidad de los hot points, pero sí de su frecuencia.
¿Qué es el aplazamiento
El aplazamiento consiste en retrasar el disfrute del objeto del deseo. Por ejemplo, si el niño quiere un helado («¡Quiero un helado!») -como sucede en nuestra viñeta-, el adulto no lo niega, pero pospone su entrega («Lo tomarás después de comer»).
¿Y la renuncia?
La renuncia implica negar directamente la satisfacción del deseo. En este caso, no se aplaza; simplemente, no se concede.
Esto será, con toda probabilidad, motivo de enfado o rabieta, pero el «no» forma parte de la vida y nuestros niños tienen que aprender a gestionar su malestar cuando se enfrenten a una negativa.
A tener en cuenta al aplicar los anterior: los padres deben manejarse con un repertorio flexible de respuestas que abarque «sí», «no», «puede ser» o «más tarde».
La razón es obvia. Si el adulto responde siempre «no», terminará provocando la extinción del deseo. El niño dejará de pedir aquello que se le niega por costumbre. Esto puede ser útil si queremos extinguir peticiones concretas (por ejemplo, si no queremos que nuestros hijos coman dulces), pero no estamos entrenando en tolerancia a la frustración, sino suprimiendo el deseo.
Conclusión
Nuestro propósito con estas técnicas no es impedir que el niño tenga deseos, sino que aprenda a tolerar la espera o la imposibilidad de satisfacerlos de inmediato. E incluso que acepte el hecho de que, aunque no nos guste, no siempre es posible satisfacer todos nuestros deseos.