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Todos tenemos días malos

En uno de los talleres prácticos que imparto habitualmente para las familias, una de las mamás participantes expresó algo que ya he escuchado en otras ocasiones: su dificultad para saber si su hijo con TEA no quería o no podía hacer lo que se le pedía.

Esto me ha llevado a reflexionar sobre algo que, aunque es de pura lógica, a veces olvidamos, con independencia de las características de nuestros hijos:

Un niño no puede hacer menos, pero tampoco más de lo que aún no ha aprendido.

Dicho esto, imaginemos que el niño se ha vestido solo en otras ocasiones. Se ha puesto las prendas en el orden y la forma que cabría esperar. Sabemos a ciencia cierta que ha adquirido ese aprendizaje y pedirle que siga poniéndolo en práctica es un objetivo realista.

Es posible, sin embargo, que hoy se sienta inquieto, triste, molesto, disperso o simplemente haya dormido mal… algo que, por otra parte, también nos ocurre a los adultos: tenemos días buenos y días malos.

Por tanto, si hoy el niño se muestra reacio a vestirse, debe primar el sentido común. Sea cual sea su trastorno es, antes que nada, una persona y como toda persona, su estado de ánimo puede experimentar altibajos.

Mi recomendación es, por tanto, asumir que tiene un mal día (e investigar por qué) y que necesita un poco de ayuda por parte del adulto.

¿Pero qué entendemos por «prestar un poco de ayuda»?

Dicho en pocas palabras: arrancar la secuencia.

Empezar la acción es lo que más cuesta, así que si el niño o la niña un día cumple como un relámpago la orden de «hay que vestirse» y otro día no, es una buena estrategia iniciar la secuencia, si se muestra reacio a hacerlo, diciéndole algo así como: «Yo empiezo con la camiseta y luego sigues tú». No se trata de que lo vistamos nosotros, aunque para ello haya que hacer acopio de una buena dosis de paciencia.

IMPORTANTE:

No anticiparse. No intervendremos hasta que veamos que el niño tiene dificultades para iniciar la acción. Nuestra ayuda siempre debe ir un paso por detrás de su necesidad. Si no arranca, le ayudaremos a arrancar; si a mitad de secuencia se dispersa, le ayudaremos a centrar la atención. En cualquier caso, se le dará la oportunidad de asumir la iniciativa.

No caer en el error de pensar que al ayudar al niño estamos sobreprotegiéndolo. La sobreprotección se produciría si nos anticipásemos a vestirlo o a redirigir su atención sin darle la oportunidad de intentarlo por sí mismo.

 

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