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¡No me grites!

Un problema demasiado frecuente

Que los niños responden a menudo gritando es un hecho innegable, como bien saben muchos padres y madres. La explicación reside en la inmadurez de su cerebro. En la etapa infantil y en los primeros cursos de Educación Primaria, las funciones cognitivas encargadas de regular las emociones y la conducta de nuestros hijos están aún en pleno desarrollo.

Cuando, con el transcurso del tiempo, se produzca la maduración cerebral, el niño podrá regular ese comportamiento y expresar sus emociones de enfado, alegría o de cualquier otro tipo sin necesidad de recurrir al grito.

Para aprender a no gritar el niño necesita recibir un estímulo adecuado.

Y aquí entran en escena los adultos de referencia: mamá y papá.

Cuando los padres ofrecen un modelo inadecuado, porque ellos mismos gestionan las situaciones complicadas gritando, ese es el modelo que interioriza el niño.

Pero hay otro agravante: el grito del adulto eleva el nivel de activación del niño impidiendo cualquier tipo de aprendizaje. Aunque haga un esfuerzo por pasar por alto la forma en cómo papá o mamá le transmiten la información (mediante gritos) y trate de centrarse en el mensaje exclusivamente, no será capaz de generar las conexiones necesarias para que se produzca un aprendizaje significativo. De hecho, lo más probable es que espere paralizado a que pase la situación.

El adulto que -al menos en teoría- debiera tener un sistema ejecutivo maduro, debe ser consciente del tipo de modelo que ofrece a sus hijos, porque será ese modelo el que incorporarán en un momento crucial de su desarrollo.

 

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