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Niños egoístas

¿Qué padre o madre no ha pasado un mal rato tratando de que su hijo preste o devuelva un juguete sin conseguirlo? Lo quieren todo y al momento; lo suyo y lo de los demás. Nos preocupamos —y abochornamos— al observarlos coger los juguetes de otros niños con total tranquilidad pero alterarse sobremanera si tocan los suyos. Que no cunda el pánico, queridos padres: este comportamiento es perfectamente normal y forma parte de la evolución cognitiva, social y emocional del niño, ligada al desarrollo de los lóbulos prefrontales del cerebro.

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Todos nacemos con las bases funcionales para sentir empatía, pero es necesario el desarrollo de las estructuras cerebrales implicadas y el contacto con las figuras de apego y el entorno para que surja ese sentimiento. Alrededor de los 6 meses aparecen en el niño las emociones básicas o primarias (alegría, tristeza, enfado, asco, miedo y sorpresa), aunque no es capaz de reconocerlas, en sí mismo y en los demás, hasta los 2 o 3 años. El niño distingue las diferencias físicas entre él y el otro, pero no comprende que el pensamiento o las emociones que siente la otra persona pueden no coincidir con las suyas. El mundo es su mundo. Así, observamos, por ejemplo, cómo el niño llama a su propia mamá para que tranquilice a un compañero que se ha caído y llora, en lugar de a la mamá de ese niño. A partir de los cuatro años alcanza la madurez cognitiva necesaria para comenzar a interpretar el estado mental del otro, atribuirle deseos, creencias y emociones, lo que a su vez, le permite anticipar el comportamiento de su interlocutor. Y hacia los 6 o 7 años tiene la capacidad de sentir empatía, sobre la que se gestará su afectividad adulta. Empieza a identificarse con el otro y a participar de sus sentimientos, o dicho de otra forma, trata de comprender lo que sucede en la mente de la otra persona. Los lóbulos prefrontales siguen madurando hasta dotar al niño de capacidad para entender las emociones de los demás y controlar las suyas propias, adaptarse a las normas sociales y adquirir destrezas para la interrelación social.

El comportamiento egocéntrico es más evidente hacia los 12 meses de edad y se puede prolongar hasta los 6 o 7 años. ¿Quiere esto decir que hemos de permitir las conductas egoístas de nuestro hijo asumiendo que desaparecerán con el tiempo? No. Si no intervenimos, es probable es que esa conducta perdure y le impida mantener unas relaciones personales sanas. Desde la primera infancia podemos ayudar a asentar las bases de la generosidad y de los sentimientos altruistas para que nuestros hijos superen sin mayores dificultades la etapa de egoísmo.

Algunos consejos para ayudar a nuestros hijos en esta etapa

Que la conducta egoísta forme parte del desarrollo natural del niño no significa que no podamos favorecer el aprendizaje de comportamientos prosociales. Para ello evitaremos tanto la sobreprotección de nuestros hijos como el someterlos a críticas continuas. Recordemos que la educación más eficaz no es aquella que se limita a corregir conductas indeseadas, sino la que también valora y refuerza las conductas positivas mostradas por el niño. Muchas veces obviamos lo que nuestro hijo hace bien porque no necesita corrección, y nos centramos exclusivamente en lo que hace mal porque queremos evitar ese comportamiento. El refuerzo positivo es una útil herramienta para modificar patrones inadecuados, pero también para consolidar conductas sociales positivas como, por ejemplo, que el niño comparta un juguete por iniciativa propia.

  • Sentido de la propiedad: empecemos por enseñarles que algunas cosas son suyas, otras de los demás y otras de todos. Esta es la base para que aprendan a compartir y también a apreciar el hecho de que otras personas compartan con ellos. Hasta que reconozcan con claridad lo que es de cada uno, podemos ayudarles a identificar sus pertenencias por el lugar donde están guardadas («lo que hay en este cajón es tuyo, lo que hay en esa balda es de mamá…») o poniéndoles un distintivo, por ejemplo escribiendo la primera letra de su nombre en sus juguetes. Una forma de reforzar este aprendizaje es, como casi todo, convirtiéndolo en un juego: acertar de quién es cada objeto mientras recogemos o a quién pertenecen las prendas que vamos tendiendo; tu hijo se sentirá orgulloso de acertar.

  • El intercambio como segundo paso: una vez que el niño tiene más o menos claro el concepto de propiedad, el siguiente paso es el intercambio de juguetes. Al niño le costará desprenderse de su juguete (y quedarse sin nada) si no recibe algo a cambio. El fin último es que nuestro hijo comprenda que, al compartir, hace feliz a otra persona y que esto, por sí solo, ya es un buen motivo para hacerlo. Pero como hemos visto anteriormente, el cerebro infantil no está preparado para sentir empatía hasta los 6 o 7 años, por lo que, por el momento, recibir una recompensa tangible inmediata (intercambiar su juguete por el de otro niño, por ejemplo) es una eficaz forma de allanar el camino.

  • Los padres como modelo: Los padres son el principal agente socializador del niño, por lo que dar ejemplo es la mejor lección que podemos ofrecer a nuestros hijos. Si nosotros compartimos y somos generosos, es más fácil que lo sean ellos. También hemos de transmitirles el sentido de respeto hacia las cosas del otro: hemos de pedirlas con educación y agradecer que nos las presten. Cuando nuestro hijo nos pida algo y no veamos conveniente dejárselo, hemos de explicarles por qué. Si por el contrario, cedemos a su petición, le dejaremos ver que lo hacemos gustosamente.

    El pensamiento «moral» propiamente dicho no hará su aparición hasta los 8-10 años de edad. El concepto de lo que está bien y lo que está mal se va conformando a partir de la experiencia. No podemos pretender, por tanto, que el niño razone o utilice la escala de valores que un adulto, pero sí podemos fomentar el comportamiento prosocial demostrándole lo mucho que nos agradan sus pequeños gestos de generosidad.

  • El placer de compartir: otra buena idea es animar a nuestros hijos a elegir algunos de sus juguetes para donar, explicándoles que otros niños no tienen tanta suerte como ellos y serán felices si les regalan alguno. Las campañas especiales organizadas en fechas navideñas son una buena ocasión, pero lo podemos hacer en cualquier momento del año en diferentes ONG, asociaciones de barrio, iglesias… Es muy posible que al principio les cueste hacerlo. No se trata de obligar al niño a regalar un juguete «si o si», sino de sembrar la semilla de la empatía y el altruismo.

  • Compartir es un acto voluntario: obligar a compartir puede ser contraproducente. Si quitamos un juguete a nuestro hijo para prestárselo a otro niño, querrá recuperarlo a toda costa y el resultado será justo el contrario de lo que intentamos inculcarle. Si no quiere dejar un juguete, le explicaremos que no tiene por qué hacerlo, pero que, de igual manera, tampoco los demás tienen obligación de dejarle sus cosas. Esto reforzará el concepto de propiedad que veíamos en el primer punto.

  • Educación en asertividad: nuestro deseo es que nuestros hijos sean adultos afectivamente sanos, generosos y asertivos. Permite que tu hijo diga «no» en un momento determinado, pero explícale que el otro también está en su derecho de decirle «no» cuando él le pida algo, sin que esto sea motivo de enfado o de una rabieta.

  • En resumen: el egoísmo es una conducta natural que forma parte del desarrollo evolutivo normal del niño y que superará en torno a los 6 años. Nuestro función como padres es acompañar a nuestros hijos en este proceso, ofreciéndoles pautas sin caer en la sobreprotección o en la crítica desmesurada. El niño aprende de la interacción con sus iguales y del ensayo y error. Nuestra intervención en esa interacción debe ser, principalmente, la de modelos de referencia, dejando a nuestro hijo espacio para desarrollarse autónomamente.

    Uxue Emebi

 

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