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La difícil tarea de decidir

Decidir supone elegir, entre varias alternativas. la mejor forma de resolver un problema o alcanzar un objetivo. Lo que decidamos tendrá unas consecuencias y, desde luego, nada nos garantiza por completo que nuestra decisión sea la más acertada. Adoptar decisiones es un ejercicio complicado que siempre entraña cierta cantidad de riesgo, lo que no suele ser del agrado del ser humano. Conviene, por tanto, que empecemos a entrenar cuanto antes nuestra capacidad de decisión.

Sin embargo, hay una idea muy extendida en el mundo adulto de que los niños, por el hecho de serlo, no pueden tomar decisiones.

Como resultado de esta creencia, se establecen relaciones rígidas en las que los padres deciden por el niño en todos los ámbitos de su existencia. El problema de este tipo de educación es que aumenta las probabilidades de educar niños:

▶ inseguros y con baja autoestima.

▶ con dificultades para relacionarse de forma asertiva fuera de casa.

▶ que no se sienten validados, porque sus padres no confían en sus criterios.

El ser humano nace en un estado inmaduro -mucho más que el resto de los animales-. Para poder desarrollarse como adulto autónomo necesita, por consiguiente, del acompañamiento de los padres durante un periodo muy largo de su vida. Si durante ese tiempo los adultos impedimos sistemáticamente que nuestros hijos intenten resolver los problemas a los que se enfrentan, no permitiremos que maduren en algo tan importante en todos los contextos de su vida futura como la capacidad de tomar decisiones.

Dejemos que el niño o la niña se enfrente a situaciones problemáticas, aunque acompañándoles en las tres fases del proceso decisorio para que vayan ganando en soltura:

1️⃣ Identificación del problema: les ayudaremos a identificar las situaciones que merecen un ejercicio de reflexión previo a la toma de decisiones.

2️⃣ Establecimiento de alternativas: los problemas no tienen una única solución, por lo que hemos de identificar la más conveniente en un momento determinado.

3️⃣ Toma de decisión: aquí confluyen aspectos cognitivos y emocionales. Los niños están en pleno desarrollo, por lo que probablemente necesitarán nuestra ayuda para decidir cuál es la mejor decisión (lo que no significa que la tomemos por ellos).

Y, sobre todo, no debemos pretender que nuestros hijos tomen las decisiones más adecuadas desde el primer momento ni tampoco dejar transcurrir el tiempo a la espera de que pueden realizar ese ejercicio sin confundirse. Lo importante es que aprendan -con nuestra ayuda- lo que implica el proceso estructural de adopción de decisiones y todo lo que ello entraña (análisis, planificación, ejecución y responsabilización de las consecuencias).

Un individuo incapaz de decidir será una persona dependiente. Y cuando eres dependiente, a lo más que puedes aspirar es a que otro tome la decisión por ti. Esto -sin ánimo de entrar en debates filosóficos- está en las antípodas de la libre voluntad.

 

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