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La alimentación en los niños con Trastorno del Espectro Autista

La hora de la comida debe ser un momento agradable para toda la familia, en el que niños y adultos disfrutan de la compañía mutua, la conversación y los buenos alimentos en un ambiente distendido. Pero, demasiado a menudo, comida y alimentación se transforman en un «guerra» entre padres e hijos. Esto genera malos hábitos y termina haciendo de la comida una experiencia desagradable para todos.

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Casi todos los niños presentan en algún momento de la infancia problemas alimentarios, ya sea por su rechazo a los alimentos o por su conducta en la mesa. Este tipo de desórdenes son más habituales en niños con características típicas del espectro autista. Los padres de estos niños se esfuerzan por ayudarlos como lo harían habitualmente con un niño que no quiere comer, pero la solución puede ser bastante más compleja. En estos casos es recomendable la ayuda de un profesional que determine las causas del conflicto y las posibles soluciones.

Realizamos el acto de comer varias veces al día. Por ello, si existe un problema, éste se repetirá una y otra vez, enquistándose. Si no lo abordamos de forma inmediata y efectiva, surgirán nuevos problemas que se irán sumando a los anteriores. El niño verá la comida como algo aversivo y negativo y la hora de comer se convertirá en una situación estresante, que disparará su ansiedad y también la nuestra. Si además el niño presenta problemas de comunicación será complicado conocer el motivo por el que rechaza el alimento.

Intervención profesional

Cuando la familia detecta un problema de alimentación en el niño con TEA es probable que ya cuente con un profesional de su confianza que pueda orientarla. Si no es así y el problema persiste, recomendamos que acuda a un profesional que realice un estudio del caso y defina la intervención más adecuada para evitar que la alimentación sea causa de malestar en el día a día del niño y su familia. Previamente, es aconsejable acudir al pediatra para conocer el estado nutricional y de crecimiento del niño.

El profesional comenzará determinando si la dificultad tiene una raíz conductual o sensorial.

Las alteraciones sensoriales son una característica común en los niños con TEA: detalles que para los demás no tienen relevancia, para ellos pueden ser muy importantes. La temperatura, la textura, el color, la forma de los alimentos… pueden ser determinantes para que el niño pueda o no llevarse el alimento a la boca e ingerirlo. La valoración de la musculatura orofacial nos ayudará a saber si también nos enfrentamos a problemas físicos que dificultan la deglución. Para tratar este tipo de alteraciones el logopeda trabajará la integración del sistema táctil y la desensibilización sistemática.

Si la dificultad tiene una raíz conductual se deberá controlar el ambiente, los precursores y las consecuencias de las conductas inapropiadas para reducir los comportamientos alterados y sustituirlos por conductas objetivo en la alimentación.

En ambos casos la intervención se basará en un sistema de refuerzos positivos, es decir, en motivar al niño para que cumpla objetivos muy pequeños cuya dificultad iremos aumentado progresivamente a medida que los alcance. El reforzador del niño será siempre algo que le guste mucho y que quiera ganar. Nuestro cometido será adaptar ese reforzador a sus intereses para que le resulte lo más motivador posible. El poder del refuerzo, entre otras variables, determinará en gran medida el éxito o el fracaso de la introducción de nuevos alimentos.

El ambiente que rodea al acto de comer es muy importante. Debemos instaurar el hábito de la comida saludable. En la mesa, el niño debe estar correctamente sentado, sin distractores que puedan desviar su atención y disfrutando de la voz agradable y cercana de un adulto.

Antes de probar un alimento el niño debe conocerlo: mirarlo, manipularlo, tocarlo, olerlo, comprender que puede adoptar forma diversas… en resumen, tiene que jugar con él.

La introducción de los alimentos, en sus distintas variedades, se deber realizar paso a paso. Nuestro objetivo es introducir los alimentos paulatinamente e ir ampliando poco a poco el repertorio. Nos abstendremos de introducir varios alimentos a la vez.

La porción del alimento introducido debe ser, durante los primeros días, muy pequeña para que niño se vaya acostumbrando. Una porción muy grande puede generar un rechazo inmediato. Si el primer plato es algo que no le gusta, el segundo debe ser algo que le guste mucho. Nuestra actitud es fundamental: no debemos recurrir a los castigos.

No es recomendable engañar al niño sobre lo que va a comer. Tanto si le gusta como si no, debe saber qué es. El profesional se encargará, mediante pactos o refuerzos, de hacer que pruebe o ingiera alimentos nuevos o que le gusten poco. El engaño puede derivar en desconfianza, lo que hará más difícil el proceso de desensibilización e introducción de alimentos nuevos.

Las pautas esbozadas en este artículo deben aplicarse bajo la supervisión de un profesional. Los resultados obtenidos en la intervención dependerán de varias variables: características individuales del niño, implicación familiar y del entorno escolar, momento evolutivo…. pero la colaboración entre los padres y el profesional es una de las clave del éxito.

Paloma García-Rama (Logopeda)
Eva Estrada (Logopeda)


       

                                                    

 

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