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Cómo convivir con nuestros adolescentes sin morir en el intento

Durante años hemos sido el referente de nuestros hijos. Los hemos llevado de la mano. Les hemos dicho lo que está bien y lo que está mal. Les hemos tranquilizado cuando se han sentido nerviosos, animado cuando han estado tristes y consolado cuando se han hecho una rozadura en la rodilla. Un abrazo nuestro ha bastado para que la tripa doliese un poco menos o para quitarle hierro a cualquier situación espinosa. Y de pronto, de un día para otro, dejamos de reconocer al niño con el que llevamos conviviendo diez u once años. Nos encontramos con una personita diferente, que parece no necesitarnos. Esto puede generar inseguridad en nosotros, sobre todo si hemos vivido la adolescencia de otra forma. ¿Cuál es mi papel ahora? -nos preguntamos.

[+] Proveedores, una nueva función
[+] Causas de conflicto entre adultos y adolescentes
[+] Consecuencias de un vínculo inadecuado
[+] Cómo generar un buen vínculo
[+] Algunas señales de un posible trastorno

Nuestro papel como padres sigue siendo importantísimo, aunque diferente. En esta etapa nos toca acompañar y sostener a nuestros hijos desde detrás del telón. Asumimos una nueva función: la de proveedores.

Proveedores, una nueva función

  • Proveedores de amor incondicional, un sentimiento que ha de prevalecer sobre todo lo que hacemos y que hemos de trasladar a nuestros hijos.
  • Proveedores de vías de comunicación. Ya no estamos en primera fila, por lo que hemos de establecer nuevas vías de comunicación. Si nuestro hijo quiere hablar con nosotros, el camino debe estar libre de obstáculos para favorecer una comunicación que, probablemente, se dará mucho menos de lo que nos gustaría.
  • Proveedores de seguridad. La vida del adolescente gira en torno a sus iguales, pero el hogar es el refugio en el que se siente protegido y a resguardo de las dificultades externas.
  • Proveedores de información. No se trata de un «te voy a informar cuando lo crea conveniente», porque todo lo que digamos caerá probablemente en saco roto. El adolescente se aproximará a nosotros cuando lo considere oportuno y es ahí cuando estaremos preparados para darle la información que necesita en ese momento.

A medida que el niño o niña se adentran en la adolescencia, la comunicación padres-hijos se complica como consecuencia de esa necesidad de separación de los adultos y de vinculación con el grupo de iguales. Por consiguiente, hemos de anticipar ese trabajo de proveedores (de cariño, protección, comunicación e información) desde la misma preadolescencia (en torno a los 10 años), porque a las 13 o 14 años será mucho más complicado construir lo que no hemos construido antes.

Padres y madres lo hemos hecho muy bien durante la infancia generando vínculos y espacios de seguridad y comunicación. En la preadolescencia debemos reforzar significativamente estos espacios para asentar los cimientos que facilitarán las cosas y prevendrán situaciones de riesgo cuando nuestro hijo esté en plena adolescencia.

A MODO DE RESUMEN:
La función de padres y madres es mantenernos en segundo plano, pero disponibles para cuando nuestros hijos nos necesiten.

Pese a que tenemos claro lo anterior siguen produciéndose conflictos. ¿Cuáles son las causas principales?

Causas de conflicto entre adultos y adolescentes

  • Modelo parental poco adecuado. Las parejas que se relacionan entre sí o con sus hijos de forma agresiva o poco deseable favorecen la imitación de este modelo entre sus hijos adolescentes.
  • No permitir espacio. Padres que no asumen el tener que pasar a segundo plano y quieren seguir dirigiendo la vida de su hijo como venían haciéndolo hasta ahora.
  • Intereses diferentes. Los adultos tenemos intereses muy distintos, por lo general, de los de nuestros hijos. La típica frase adolescente de «mis padres no me entienden» tiene mucho de verdad. Todos tenemos claro que no hablaríamos a nuestro hijo de cuatro años sobre temas que no le interesan lo más mínimo. Apliquemos lo mismo a nuestro hijo adolescente. Es probable que muchos de los asuntos que interesan a nuestro hijo o hija nos parezcan superficiales, pero a ellos no. Y lo que prima en este momento es la construcción del vínculo con nuestros hijos, así que tal vez tengamos que abrir nuestra mente a otros temas.
  • Rechazo a los límites. Muchos padres seguimos aplicando las mismas estrategias que cuando nuestros hijos eran pequeños: imponer límites. Los límites son necesarios, pero no deben ser entendidos como un castigo, sino como un mecanismo de protección. Han de adoptar, por tanto, la forma de consejo, no de imposición. La imposición generará el inmediato rechazo del adolescente, porque ya no acepta que le impongamos nada. Otra cosa es que recomendamos y aconsejamos. En última instancia, la elección será suya y, por tanto, un paso más en su desarrollo.
  • Falta de validación emocional. El adolescente es pura emoción. En ocasiones no sabe cómo expresar la tristeza y la manifiesta como rabia o enfado. Nuestra reacción ante este tipo de manifestaciones genera en nuestro hijo la percepción de que no le entendemos y de que estamos invalidando unas emociones a las que tanta importancia otorga en ese momento de su vida.

Estos conflictos entre padres e hijos pueden ocasionar dificultades relacionadas con un vínculo inadecuado. ¿Cuáles son las posibles consecuencias?

Consecuencias de un vínculo inadecuado

  • Sensación de desprotección. El adolescente se enfrenta cada día a situaciones nuevas y complejas. Sentir falta de protección genera sentimientos negativos como indefensión, frustración, apatía, etc.
  • Vinculación a personas «no seguras». La vinculación es necesaria. Si no la tiene con nosotros, nuestro hijo la buscará en otro lugar. Aquí interviene el factor suerte: es posible que esas personas ejerzan una buena influencia o todo lo contrario (indefensión).
  • Búsqueda de modelos inadecuados con el riesgo de que establezca relaciones tóxicas.
  • Trastornos del estado de ánimo o de la conducta. Todos necesitamos sentirnos protegidos y queridos, más aún en una etapa tan vulnerable como esta.
  • Conductas de riesgo. Cuando el adolescente se siente mal trata de calmar a toda costa esa sensación desagradable. Si carece de estrategias adecuadas o de un buen vínculo con los adultos, buscará medios que le sirvan de ansiolítico para descargar el malestar (autolesiones, consumo de estupefacientes, etc.).

Dicho lo anterior, llega la pregunta clave: ¿cómo generamos un buen vínculo?

Cómo generar un buen vínculo que evite conflictos constantes

  • Deja de lado tus intereses y conecta con tu hijo. Nuestros intereses son claros: estudia, compórtate bien, recoge tu cuarto… Vamos a centrarnos ahora en los intereses de nuestro hijo o hija.
  • Respeta su espacio y asume tu nueva función. Sabemos que el adolescente necesita tiempo y espacio. No te alarmes si tu hijo cierra ahora la puerta de su cuarto, por ejemplo, y respeta su deseo de intimidad.
  • Acepta sus miedos y frustraciones.
  • Recomienda, no impongas. Al imponer no permitimos que nuestro hijo desarrolle la autocrítica. Pueden pasar dos cosas: que desarrolle una actitud sumisa (lo que no es un buen aprendizaje) o que se rebele (lo que tampoco nos ayuda). Favorece la autocrítica. Si tu hijo toma una decisión cuyo resultado es fallido, no habrá un castigo, sino asunción de responsabilidad: «Has tomado esta decisión y, bajo tu responsabilidad, ha pasado esto. Has aprendido que la próxima vez puedes hacer las cosas de otra forma».
  • Límites claros y concretos. Olvídate de la rumiación tan típica de los padres, esa repetición constante de lo mismo una y otra vez. Lo único que conseguimos es deteriorar la relación y es muy probable que tu hijo o hija ni siquiera te escuche.
  • Negocia. Esta es la única estrategia posible con un adolescente. No castigues; favorece la asunción de responsabilidades.
  • No invalides. Acompaña los límites de cierto grado de comprensión. Entiende la frustración que ese límite genera a tu hijo («Comprendo que te gustaría estar hasta más tarde con tus amigos, pero este límite tiene un sentido: protegerte»).
  • No reacciones a sus enfados. El adolescente se enfada con frecuencia, a veces por causas justificadas y otras no. No pasa nada. Sabemos que está inmerso en un cóctel de emociones de difícil gestión y que se va a enfadar cuando esté triste, tenga miedo o esté agobiado. En este caso lo mejor es retirarnos un poquito y una vez que se le pase -porque igual que sube baja- podremos hablar, si se presta a ello, sobre la causa del enfado y ayudarle a resolver ese conflicto. Si reaccionamos a sus enfados bloqueamos toda posibilidad de aprendizaje.

A MODO DE RESUMEN:
Sitúate en una posición no intrusiva pero de fácil acceso, porque cuando tu hijo o hija se encuentre ante un conflicto que no pueda solucionar acudirá a ti.

Un último apunte: la adolescencia es una etapa vulnerable a la aparición de trastornos, cuyas señales no debemos pasar por alto:

Algunas señales de posible trastorno

  • Agresividad. Una cosa es que el chaval se enfade y otra que proyecte esa ira de forma agresiva (inicia o participa en peleas, discute de manera violenta…).
  • Conductas antisociales como, por ejemplo, pequeños hurtos.
  • Conductas de riesgo reiteradas. Cabe esperar ciertas conductas de riesgo en el adolescente (necesita probar y experimentar, conocer cuales son las consecuencias de determinados comportamientos), ahora bien, si esto se da de forma reiterada debe disparar las alarmas (absentismo escolar, fugas, consumo, autolesiones).
  • Aislamiento superior al esperado.
  • Verbalizaciones negativas hacia su propia persona («no valgo para nada, soy feo, no me gusto nada».
  • Cambios significativos en su conducta. De repente deja de hacer cosas que antes le resultaban muy interesantes.
  • Falta de empatía.
  • Irritabilidad. Sabemos que el adolescente se enfada con frecuencia, pero un grado de enfado a todas luces exagerado debe ponernos en guardia.
  • Gran reactividad emocional. Son muchos los trastornos de la etapa adulta que debutan durante la adolescencia. Si nuestro hijo muestra una reacción exagerada a la mínima y después de esa reacción experimenta sentimientos profundos de culpa, es un dato a tener en cuenta.
  • Relaciones de dependencia, con una vinculación poco sana fundamentada, por ejemplo, en el miedo al abandono o la culpabilidad.
  • Obsesión por la imagen que desencadena comportamientos específicos claros como dejar de comer en público o realizar conductas compensatorias, dietas, etc. (trastorno de alimentación).

Cuando los padres observemos este tipo de indicadores, tenemos que pedir ayuda externa, porque poco podemos hacer por nuestra parte. No somos las personas adecuadas para tratar estos temas con nuestros hijos adolescentes. Y debemos asumir esto sin sentirnos mal por ello. Lo éramos cuando eran pequeños, ahora no. Nuestra función es identificar estos signos y dejar que un profesional se encargue de la situación. Teniendo esto claro, evitaremos frustraciones por nuestra parte y conflictos con nuestros hijos.

Icíar Casado (Psicóloga)


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