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Comentarios hirientes y entorno familiar

Algunos padres y madres utilizan por costumbre, para afear el comportamiento de sus hijos, comentarios negativos y comparaciones con hermanos u otras personas cercanas en las que el destinatario de esas frases siempre sale desfavorecido.

Es muy probable que los progenitores no hagan más que repetir patrones aprendidos de sus propios padres, que a su vez los aprendieron de los suyos y así sucesivamente. Al hacerlo, no son conscientes probablemente de que los niños son personas en pleno desarrollo, cuya autoestima y autoconcepto dependen de la información que reciben del exterior, en particular, de alguien tan relevante en su vida como papá o mamá. Por consiguiente, este tipo de frases:

◾ Daña la autoestima del niño.
◾ Genera ansiedad y resentimiento.
◾ Causa distanciamiento entre los miembros de la familia.
◾ Perpetúa patrones disfuncionales.

Entre las razones que subyacen tras los comentarios negativos destacaría dos:

el miedo a lo diferente, que se traduce en una necesidad imperiosa de catalogarlo todo respecto a parámetros conocidos («Tú padre es así y tú también debes serlo» o «Aprende de tu hermano»), como si el hecho de mantener lazos familiares difuminase toda diferenciación entre personas.

la creencia de que el castigo provoca cambios. El «no sé a quién has salido» o el «no vas a llegar a ningún lado» es una forma de castigo positivo: aplicamos un estímulo aversivo ante una conducta indeseada para hacerla desaparecer. El problema es que el castigo se centra exclusivamente en la eliminación de una conducta por miedo a las consecuencias, sin ofrecer otras alternativas. No genera, por tanto, aprendizajes positivos y sí un malestar creciente en el niño. Tal vez funcione en momentos puntuales, pero adoptado como estrategia habitual será ineficaz e incluso puede provocar el efecto contrario.

Educar requiere señalar aquello que no se hace bien, pero siempre con visión constructiva. Nadie nace aprendido. Los niños están inmersos en un proceso de aprendizaje continuo en el que los adultos somos guía y referente. En esa función de educadores, nuestros hijos deben tener la seguridad de que estamos a su lado para ayudarles a generar cambios, ofreciéndoles estrategias y alternativas en pro del objetivo buscado. Sobran las comparaciones con hermanos u otros. Sobra ahondar constantemente en lo negativo. Y sobra el castigo como estrategia de referencia.

No creo pecar de exageración cuando califico estos comentarios de «hirientes». Cada uno de ellos es una piedra que golpea la autoestima de nuestros hijos, en particular, si viven situaciones de fracaso en otros contextos (colegio, amigos), porque lo interpretarán como corroboración de lo que dicen sus padres.

Y entonces, tal como vemos en la viñeta, se sentirán cada vez más diminutos bajo el peso creciente de una mochila cargada de comentarios tan inútiles como herramienta educativa como perfectamente evitables.

 

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